La espiral de la libreta

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La reescritura de Roald Dahl en función de la corrección política

El escritor Roal Dahl

El escritor Roal Dahl / RONALD DUMONT / DAILY EXPRESS / HULTON ARCHIVE GETTY IMAGES

Olga Merino

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Me ha hecho reír un comentario reciente en Twitter acerca de la corrección política. Dice: «Reescriben ‘Lolita’, de Nabokov, y la retitulan ‘Lola’. Ahora tiene 43 años, fuma Marlboro y es funcionaria de prisiones». O sea, el personaje de la célebre (y dura) novela ya no es una niña de 12 años, sino una tía hecha y derecha y con más tiros pegados que una escopeta de feria. Venía el tuit a cuento de la polémica suscitada en torno a la reescritura del galés Roald Dahl (1916–1990), autor de clásicos de la literatura infantil como ‘Charlie y la fábrica de chocolate’, ‘Matilda’, ‘Las brujas’ y ‘James y el melocotón gigante’. Los gremlins también salieron de su genial imaginación.

Pues bien, parece que ahora su escritura punzante y sarcástica incomoda. Los editores del Reino Unido (Puffin) han decidido actualizar su obra para adecuarse más al público moderno, eliminando los contenidos supuestamente ofensivos. Ya no hay «gordos» ni «feos», y las brujas calvas ya no trabajan como cajeras de supermercado o mecanógrafas, sino como científicas de alto nivel o grandes empresarias. Las palabras «loco» y «desquiciado» también se han eliminado, y un montón de ‘tuneos’ por el estilo. O sea, páginas bañadas en lejía.

CHOCOLATE Y CRUELDAD

Si Roald Dahl ha vendido más de 300 millones de ejemplares en todo el mundo, traducidos a 68 idiomas, ha sido precisamente porque se coloca al lado del niño. Todos sus personajes son rebeldes, muy inteligentes y aspiran más o menos al mismo plan: castigar a los adultos malvados. El autor no tuvo una infancia idílica. Perdió a su hermana y a su padre en pocas semanas, y la madre lo metió en un severo internado inglés, con azotainas de las que sacan sangre; el pobre orientaba el camastro hacia su hogar. Aunque no fue precisamente un angelito en la vida adulta —quién lo es—, sabía perfectamente que a los niños les encantan el chocolate, las brujas y la crueldad. Prefieren las marranadas a la ñoñería. Supongo que esas fantasías actúan como catarsis, con las que el niño aprende a conocer a los monstruos, que también existen en la infancia. La vida no es perfecta ni de color rosa chicle. La sobreprotección no moldea adultos más versátiles.

Se me ocurre una explicación que tal vez no sea tan descabellada como parece. Que albaceas y editores hayan querido blindarse, proteger su cartera ante una eventual campaña anti-Dahl después de que Netflix comprara hace un par de años los derechos sobre su obra por más de 586 millones de euros (al parecer, porque el importe de la operación no trascendió). En la época atontolinada de la cancelación todo es posible

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