Artículo de Miqui Otero

Roald Dahl reescrito | Las brujas calvas también se peinan

Eliminar la palabra ‘esclavo’ en un libro del pasado no anula ni el esclavismo que había entonces ni el esclavismo asalariado que hay ahora en determinados sectores de la sociedad

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Las brujas de Roald Dahl'

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Miqui Otero

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Cuenta el escritor Michael Chabon en su libro ‘Pops. Fatherhood in pieces’ que un día les estaba leyendo ‘Tom Sawyer’ a sus hijos, de siete y nueve años, en la cama. Cada vez que aparecía la palabra ‘nigger’ (algo así como negrata) sudaba frío. Instintivamente empezó a cambiar ‘nigger’ por ‘slave’ (esclavo), sin poner al corriente a sus niños de la licencia. Por suerte, en ese libro de 1876 la palabra, denigrante incluso entonces y prohibidísima ahora, solo se usaba 10 veces.

El problema es que sus hijos, entusiasmados, le pidieron seguir con otro libro de Mark Twain: ‘Huckleberry Finn’. Ahí, dada la raza del personaje más importante, la palabra con ene salía cada dos frases. Contó 200 en apenas unas páginas. Decidió cerrar el libro y plantear el debate a sus nenes: aprovechó para charlar con ellos de esclavismo y privilegio, además de pedirles qué podría hacer. No dieron con una solución mágica, pero la escena que describe es tan bonita como divertida y se puede resumir en una frase: "Los niños no son idiotas".

De hecho, poco después de que él escribiera eso, una editorial estadounidense decidió limar unilateralmente esa palabra y otros conflictos del texto de Twain. Y la operación recuerda a la noticia de la que se habla esta semana: el sello Puffin ha reescrito un montón de cosas en la última reedición de Roald Dahl, para adaptar la obra a las sensibilidades actuales. No se han limitado a suavizar algunas palabras, sino que también han borrado autores nombrados (Joseph Conrad es ahora Jane Austen). Las protagonistas tienen nuevas profesiones, no hay gordas ni calvas y tampoco sirvientas (sino limpiadoras). Me temo, tampoco conflicto ni diversión ni memoria. Solo en ‘Las brujas’, 59 retoques. Podrían haberle cambiado hasta el título, porque nada más tradicionalmente injusto que la persecución de mujeres (sus saberes no oficiales, sus comportamientos libres) bajo la etiqueta de brujas.

Lo que en la escena de Chabon me parece un sano ejercicio de revisión, en el caso de Dahl me parece censura, algo así como el Ministerio de la Verdad que en la novela ‘1984’, de George Orwell, se dedicaba a reescribir las obras del pasado y de tirar otras incómodas por el "agujero de la memoria". Eliminar la palabra ‘esclavo’ en un libro del pasado no anula ni el esclavismo que había entonces ni el esclavismo asalariado (es decir, cobrar una basura por ser explotado) que hay ahora en determinados sectores de la sociedad. Y silenciar la palabra ‘gilipollas’ no vaciará el mundo de cretinos. Eso sí sería brujería de la buena.

Sobre la creciente esterilización de la literatura infantil (en algunos casos revisión y en otros, censura pura y dura) quizá pueda aportar una idea, más como padre de dos niños pequeños (casi todos los cuentos que les gustan van de niños rebeldes) que de escritor. Ahí va. Para mí las lecturas, sobre todo las primeras, son como los virus del primer año de guardería. No son letales, no le harán nada fatal al niño: están ahí para generar defensas con las que nuestro organismo se enfrentará a las enfermedades adultas.

Bien, la literatura también puede hacer eso: nos deja vivir en el terreno de la ficción un simulacro estilizado de determinadas cosas para que luego reconozcamos y podamos negociar con decepciones, groserías, euforias, miedos y traiciones cuando nos golpeen en la vida real, que siempre es injusta y dura.

Bueno, y también nos divierte. Por ejemplo, que llueva o haga sol, tengan pelo o peluca, en Vic o en Turquía, las brujas, incluso las alopécicas, se peinen.

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