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Ucrania, año 1: cara a cara Biden-Putin

Nadie ha hecho un gesto que permita avizorar un alto el fuego. Pero una escalada tampoco es inevitable

Vladimir Putin pronuncia el discurso del Estado de la Nación

Vladimir Putin pronuncia el discurso del Estado de la Nación / ALEXEY PAVLISHAK / REUTERS

El cara a cara a distancia que mantuvieron este martes Vladímir Putin, en Moscú ante las dos cámaras de la Duma, y Joe Biden, en Varsovia, ante un público entusiasta, representa un punto crítico en la gestión de la guerra de Ucrania, a 48 horas de que se cumpla un año de la invasión. El presidente de Rusia ha dado un paso más al retirarse del tratado START para la reducción de los arsenales estratégicos; el de Estados Unidos ha proclamado que «Ucrania nunca será una victoria de Rusia» y que los aliados occidentales no se cansarán de apoyar al Gobierno de Volodímir Zelenski. Una atmósfera de tensión sin atenuantes, alimentada por la presencia en Moscú del ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, cada vez más dispuesto Pekín a decantar la balanza del lado de Putin.

Cualquier esperanza de un posible alto el fuego se ha alejado más de lo que ya lo estaba. La lógica militar sigue siendo la única de aplicación en ambos bandos. Lo ha sido desde el primer día para un Putin que hace un año quiso mantener al mundo engañado hasta el mismo día de cruzar la frontera de Ucrania. Lo ha sido para Occidente, que ha pasado a considerar al presidente ruso como un autócrata ante quien, como en otros tiempos, cualquier intento de apaciguamiento acabará siendo burlado y frente al cual, en palabras de Biden, ya solo sirve un «no» y proclamar que «no hay libertad sin solidaridad». Y lo sigue siendo también para una Ucrania que no está dispuesta a renunciar a su soberanía, y más cuando las promesas de ayuda militar se siguen cumpliendo y todas las debilidades rusas imaginables siguen quedando al descubierto en una guerra convencional. 

Nada hay excesivamente nuevo en todo ello, más que la confirmación de que es ilusorio esperar en los próximos meses un cese de las hostilidades. Si las izquierdas que aún mantienen posturas de equidistancia no han encontrado durante el último año razones en los actos de Putin para tener claro quién es el agresor, es dudoso que las proclamas nacionalreligiosas de este martes contra los valores de las sociedades occidentales les hagan reflexionar. Ni siquiera la retirada rusa del tratado START, un gesto irresponsable y desafiante, cambia sustancialmente los datos de la ecuación: desde mucho antes del anuncio de Putin, era pura entelequia pensar que Rusia estaba dispuesta a someter a control la cuantía de sus armas nucleares de largo alcance. El Kremlin se ha fijado como objetivo primero liquidar el 'statu quo' heredado de la caída de la URSS y acordar directamente con EEUU, sin intervención europea, uno nuevo, respaldada en la operación por China.

Para la UE, que ha resistido con más dificultades que EEUU el impacto económico del conflicto pero notablemente mejor de lo que se esperaba, la situación es de una complejidad extrema porque mientras prevalezca la lógica militar estará a expensas de lo que la Casa Blanca disponga para la OTAN en cada momento. Y hasta que la situación sobre el terreno deje claro a ambos bandos que tan inimaginable es una victoria o una derrota sin paliativos tanto de uno como del otro, difícilmente cambiarán las cosas. El mundo necesita que lleguen hasta ese punto, pero aún no se adivinan atajos que eviten la prolongación del conflicto durante un tiempo que, con la información de que ahora disponemos, es imposible pronosticar. Sí cabe esperar que al menos, mientras, siga pudiéndose evitar una escalada mayor.