Francisco Espinosa, mi general papá
Al oficial, ejemplo de amable inanidad, le encontraron en su casa decenas de miles de euros en cajas de zapatos y la juez aprecia indicios de cohecho, tráfico de influencia, blanqueo de capitales y pertenencia a banda criminal
Alfonso González Jerez
Periodista.
El exgeneral de división de la Guardia Civil, Francisco Espinosa Navas, es andaluz, pero no lo parece. Encarcelado ahora como posible autor de media docena de delitos por el llamado caso Conseguidor, pocos recuerdan ahora su paso (entre 2008 y 2012) por la Comandancia de la Guardia Civil de Las Palmas de Gran Canaria. Porque el rasgo más acentuado de Espinosa Navas era –al menos en Canarias– una amable inanidad, una suerte de 'aurea mediocritas' siempre afable y siempre ligeramente ausente. Ni simpático ni antipático, ni común ni excéntrico, ni silencioso ni charlatán, ni reservado ni obsequioso, ni avasallador ni ausente, el general –según los poquísimos testimonios que quedan una década después– parecía a ratos que nunca salía de su despacho y a ratos que no había llegado todavía. Fue la suya una carrera meritoria, un ejemplo de oficial adoctrinado durante el tardofranquismo pero que, sin embargo, se adaptó profesional y técnicamente a las exigencias de la democracia parlamentaria y la modernización e internacionalización de las Fuerzas Armadas. Claro que tal vez esa fue otra manera –vocación militar aparte– de pasar desapercibido.
Espinosa Navas nació en 1956 en Guillena, un pueblo cercano a Sevilla que por entonces no llegaba a los 8.000 habitantes. A los 16 años ingresó en la Academia Militar General de la que salió como teniente en 1978. Sus ascensos están más marcados por su eficiencia en los destinos que se le encomendaron que por una preparación técnica especialmente brillante, aunque por supuesto realizó cursos, como el de Operaciones de Mantenimiento de la Paz y el Curso Monográfico sobre África, impartido en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional. Siempre le atrajo el servicio exterior y siempre contó con la aprobación de sus superiores. Sería una torpeza creer que Espinosa Navas es una figura insignificante en la Guardia Civil. Una cosa es su extremada prudencia en el trato y en las relaciones públicas, esa afable invisibilidad ya mencionada, y otra su preeminencia profesional. En la Guardia Civil no hay más de una veintena de generales de división. Espinosa Navas, después de su paso por Canarias, llegó a ser el segundo jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil (2013-2016) y el jefe de la Secretaría de Cooperación Internacional (2016-2017). Cuando se jubiló, en enero de 2021, llevaba cerca de cuatro años dirigiendo el proyecto Gar-Si Sahel, un programa de la Unión Europea liderado por España para formar cuerpos policiales especializados en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado en el Sahel, con la participación de Mauritania, Mali, Níger, Burkina Faso, Chad y Senegal.
La trama fue organizada por un tío y un sobrino, los Fuentes, que forman parte de la aristocracia socialista en Fuerteventura. El primero, Juan Bernardo Fuentes, diputado en el Congreso; el segundo, Taishet Fuentes, que le sucede, como en una corte abisinia, al frente de la Dirección General de Ganadería del Gobierno de Canarias, con la bendición de Blas Acosta, secretario general del PSOE de Fuerteventura, y del mismo Ángel Víctor Torres, líder del PSOE canario y jefe del Ejecutivo regional. Los Fuentes y compañía empezaron exigiendo a empresarios ganaderos mordidas a cambio de subvenciones públicas y contactaron con el general de la Guardia Civil o viceversa para ampliar el negocio y conseguir permisos para instalar placas fotovoltaicas en instalaciones ganaderas. Judicialmente, se sabe lo suficiente para investigar a doce personas y abrir media docena de piezas separadas. Solo ha trascendido una pequeña parte del entramado de corrupción, que incluye cenas, alcohol, prostíbulos y viagra a discreción. Al general le encontraron en su casa decenas de miles de euros en cajas de zapatos --y la juez aprecia indicios de cohecho, tráfico de influencia, blanqueo de capitales y pertenencia a banda criminal. Sus compinches le llamaban 'papá'. La ternura que cabe en una caja de zapatos. O en una casa de putas.
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