Limón & vinagre

Odón Elorza, más heridas que San Sebastián

El exiliado por «lealtad al partido socialista» siempre ha estado dispuesto a recibir las puñaladas a cuerpo galante

El exalcalde de San Sebastián, el socialista Odón Elorza, en diciembre del 2016 en Madrid

El exalcalde de San Sebastián, el socialista Odón Elorza, en diciembre del 2016 en Madrid / Efe / Javier López

Matías Vallés

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ironía, lucidez, obstinación y desobediencia son las cualidades que Albert Camus adjudicaba al periodista ideal, de modo que Odón Elorza equivocó la profesión porque cumple con el cuarteto virtuoso. Más temido por los propios que por los ajenos, su indisciplina de voto le sale rentable al PSOE, que lo ha asaeteado a multas. Antes de dejar su escaño en el Congreso «para evitar desencuentros» con su partido, se ha llevado más heridas que San Sebastián, el mártir y la ciudad que presidió durante 20 años. Ahora se declara socialista inocente, es decir, sin cargos.

El díscolo Elorza, «sin otra disciplina que la dictada por mis convicciones», pone el dinero donde tiene la boca. Esta traducción apresurada del idioma estadounidense caracteriza al idioma diferente, por homenajear a Derrida, del donostiarra que se diferencia y que difiere. Se le escucha con la misma mezcla de atención y aprensión que a Gabriel Rufián. Ejemplar sin marcar o 'maverick', Elorza no se aviene al rebaño pero mantiene la sonrisa. Tras una década en el Congreso, parece un superviviente alanceado de los grupos de rock de la movida, siempre con una bufanda de más.

¿Dónde está el vinagre que impone esta sección? En la decepción de las personas que han votado al PSOE de Sánchez pensando erróneamente que venía simbolizado por Elorza, ahora huérfanas. O en las críticas brillantemente despiadadas del programa 'Vaya Semanita', que condenaba la «Odoncracia» de un diputado que no votó la ley de abdicación ni se creyó la absolución de Juan Carlos I porque tal vez aspiraba a un trono. Los humoristas le endosaban de hecho un absolutista «Yo soy San Sebastián», otra vez los dardos porque nadie es santo en su tierra, el famoso síndrome de un Gorbachov más apreciado cuanto más se aleja de Moscú el observador.

Un cínico dirá que el sucesor de Elorza en Madrid es Borja Sémper, en el departamento de los heterodoxos vascoespañoles proscritos por sus propios partidos. El exiliado por «lealtad al partido socialista» siempre ha estado dispuesto a recibir las puñaladas a cuerpo galante, este Patxi López con cafeína se identifica con San Sebastián porque ser cristiano también es hoy una herejía.

Elorza deja el ambivalente regusto de los ansiosos de martirio, la hoguera le rejuvenece. No solo reparte a siniestra, también a diestra cuando denuncia desde la tribuna del Congreso la «vocación golpista» de una derecha «reaccionaria y trumpista». Cuesta acusar de filoetarra a quien pactó su ayuntamiento con el asesinado Gregorio Ordóñez, pero la verdad no detendrá el avance de la ultraderecha moderada.

Al escuchar a Felipe González o a Alfonso Guerra, se agradece que Pedro Sánchez renovara la tapicería. Al escuchar a Elorza o a Eduardo Madina, se lamenta que Sánchez haya condenado a la afición al tartamudeo inconexo de buena parte de su gabinete. Los mejores ministros y presidentes del Gobierno españoles nunca ocuparon dichos cargos, de ahí que la historia de ese país acabe tan mal como en los versos de Gil de Biedma.

Desde su agitación chispeante, Elorza concilia el desaliño indumentario (malo, cuando el periodismo de denuncia ha de escarbar en las apariencias) con la exigencia minuciosa de las ordenanzas municipales. Buena parte de socialistas donostiarras no le odian por su manía de llevar la contraria, sino porque sufrieron una multa de la ORA implacable.

Síndrome de la evasión

No hay relación causa efecto entre los abandonos simultáneos de Elorza y de Jacinda Ardern, salvo que ambos padecen el síndrome de la evasión perpetua. Siempre disponen de un excelente motivo para largarse, «mis aportaciones no resultan útiles desde hace un tiempo al Grupo Socialista», pero olvidan que su caída supone una excelente noticia para quienes la han propiciado. No aguantan nada, son tan inestables que se largan antes de que el voto decida por ellos.

El PSOE fratricida da a Elorza por más muerto que San Sebastián. Se olvida que el centurión de Diocleciano no falleció a resultas de las heridas de flecha. Fue curado por su entorno, y regresó al combate sin apearse de su cristianismo disolvente. También el ya exdiputado donostiarra gana batallas después de dejar el Congreso. Verbigracia, el Supremo ha urdido su filigrana para neutralizar contra los independentistas la reforma de la malversación, desdichada maniobra que el donostiarra había denunciado en su grupo como munición para PP/Vox. El drama de Elorza es que el cumplimiento de sus tesis exige la derrota de la izquierda.

Suscríbete para seguir leyendo