Mirar hacia otro lado
Siempre, en las democracias también, hay una historia oficial. Entre quienes la escuchamos y quienes nos la cuentan hay un pacto: nos la creeremos si nos la contáis bien
Juan José Millás
Escritor.
Cuando veo un telediario, no importa de qué cadena, imagino al locutor o a la locutora amenazados de muerte por alguien que sostiene a su espalda una pistola cuyo gatillo apretará si no leen lo que les han puesto delante. No digo que eso ocurra, digo que me lo imagino. A veces la amenaza no se concreta en una pistola, sino en la continuidad de un sueldo, aunque también esto del sueldo es una idea fantástica. Me gusta especular al mismo tiempo con la idea de que alguien oculto detrás de mi sofá hundirá un puñal entre mis omoplatos si no me creo las noticias que escucho, es decir, si no me creo la historia oficial.
Hay una gran película argentina del 85 que se titula de este modo, 'La historia oficial'. Trata de una mujer que no puede tener hijos, y a la que su marido, un gerifalte de la dictadura de Videla, regala una niña que han arrebatado a una detenida torturada hasta la muerte. La mujer cree que la niña ha sido abandonada y que en realidad ellos han hecho una obra de caridad al recogerla. En otras palabras, se cree la historia oficial. Poco a poco, sin embargo, en una peripecia perfectamente graduada, empiezan a aparecer grietas en esa patraña contada por los militares armados y sus brazos mediáticos. Son pequeñas contradicciones, pequeños testimonios sueltos que no encajan en el puzle global y que, por acumulación, van socavando el edificio de las certidumbres de las que vivía esta buena mujer. Ahí empiezan el terror y el dilema de hacer frente a la verdad, y cargar con sus consecuencias, o de mirar hacia otro lado.
Siempre, en las democracias también, hay una historia oficial. Entre quienes la escuchamos y quienes nos la cuentan hay un pacto: nos la creeremos si nos la contáis bien. En ese “contarlo bien” están incluidos, entre otros ingredientes, la pistola, el sueldo y el cuchillo. Hablamos, en otras palabras, de aquello a lo que los políticos se refieren como “la batalla del relato”. Lo importante no es la realidad, sino la percepción de la realidad. Al ver los telediarios, escuchar la radio o leer los periódicos, quizás advirtamos que el relato está trufado de vacíos, de fisuras, de contradicciones inexplicables. Pero por lo general preferimos mirar hacia otro lado porque notamos también, a nuestra espalda, la punta del cuchillo, sea lo que sea ese cuchillo.
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