Artículo de Ernest Folch

El Barça, una crisis moral

El ‘caso Negreira’ ha evidenciado que el Barça tiene un serio problema de gobernanza transversal a todos los ismos y que su crisis económica es en realidad una consecuencia de su crisis institucional

Enriquez Negreira

Enriquez Negreira / ARCHIVO

Ernest Folch

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El nuevo 'Barçagate' de los árbitros ha servido en realidad para radiografiar el estado actual del club, y el diagnóstico es cada día más inquietante. La primera lección que enseña el caso de Enríquez Negreira es que se confirma que el Barça vive desgarrado, sin filtros, con las tripas abiertas en cada crisis, con sus miserias ventilándose al aire libremente. En contraste, su rival de siempre, el Madrid, vive bunquerizado, como una institución aparentemente impoluta, de la que en realidad no sale nada simplemente porque su control de los medios y de la información es mucho mayor. No seamos ingenuos: no es que el Madrid esté más limpio, sino simplemente que el Barça está infinitamente más fiscalizado. Las crisis del Madrid se tapan, las del Barça, como hemos visto estos días, se transforman en espectáculo mediático.

La segunda lección tiene que ver con la legitimidad. La amplificación exacerbada del caso desde todos los platós de la capital tiene como objetivo inconfesado echar una sombra de duda encima del mejor Barça de la historia, el que enamoró al mundo y sometió al Madrid. Se trata de manchar a aquellos maravillosos años de Messi y Guardiola, usando la cutrez de unos pagos tan repugnantes como inútiles para que cuaje la barbaridad de que el Barça ganaba títulos gracias a los árbitros. Todo esto se propaga desde medios afines a Florentino que, curiosamente, es ahora el gran aliado de Laporta en la ‘Superliga’: ¿de verdad son estas alianzas las que más le convienen a la institución? La tercera lección, y la más importante, tiene que ver con el propio Barça. Un club en el que diversas juntas han sido pilladas en casos de espionaje, fichajes turbios (caso Neymar), o el más reciente y vergonzoso asunto de i3Ventures, ahora se enfanga otra vez en un caso que al principio se presentó como un soborno arbitral pero que ahora, con los presuntos desvíos del directivo fallecido Contreras, empieza a parecerse más a un simple y penoso enriquecimiento personal. De entrada, queda claro que el concepto ‘transparencia’, con el que se llenan la boca las las sucesivas juntas que quieren enmendar la plana a sus antecesores, es en realidad un mero anzuelo electoral, una palabra vacía de contenido. Que durante casi veinte años se haya podido esconder a los socios de la entidad pagos oscuros por valor de unos cuantos millones de euros (disfrazados de trabajos de asesoría arbitral y de ‘scouting’) quiere decir que todos los 'power points' que explican tan bien los presupuestos y sus partidas son en realidad una pantomima. ¿En qué partida del presupuesto se escondían los oscuros pagos a Negreira? ¿Se esconden más pagos inconfesables en otras partidas hinchadas convenientemente? Lo que ha puesto en evidencia el nuevo ‘Barçagate’ es que el Barça tiene, desde hace años, un profundo problema de gobernanza: sus mecanismos de control son deficientes, y como ya se ha visto varias veces, cada una de las juntas manipula a su antojo las asambleas (en las que no vota ni el 1%) para que le sean favorables y se conviertan en un simple trámite para aprobar cualquier medida. Otra evidencia que el caso ha dejado al descubierto es que el club ya no puede explicarse desde las trincheras de los 'ismos'. Los pagos a Enríquez Negreira se mantuvieron transversalmente durante casi veinte años y cuatro presidencias diferentes en las que estuvieron implicados todos los bandos posibles de las dos últimas décadas. El maniqueísmo de los buenos contra malos, amplificado por las redes sociales, ha muerto a orillas del caso ‘Enriquez Negreira’. Si se quiere seguir creyendo en el maltratado ‘més que un club’ hará falta abandonar cualquier guerra civil, practicar la transparencia y empezar a dar explicaciones creíbles en lugar de comunicados paranoicos. Queda cada día más claro que la crisis económica que atenaza al Barça es en realidad una consecuencia de la crisis institucional y moral que lo carcome desde hace años.

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