El trasluz | Artículo de Juan José Millás

La trituradora de ideas

Nos pasamos la existencia atravesando umbrales de una u otra naturaleza

El cerebro humano es muy frágil, increíblemente suave y flexible.

El cerebro humano es muy frágil, increíblemente suave y flexible. / Crédito: Pete Linforth en Pixabay.

Juan José Millás

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Aunque llevemos más de 20 años viviendo en euros, todavía hay gente que se muere en pesetas. Se da entre los tiempos verbales una tensión mental irresoluble. Yo fui, yo soy, yo seré... El caso es que estuve en el funeral de un allegado del que sus hijos decían con asombro que había fallecido en pesetas.

–O con efectos retroactivos, que viene a ser lo mismo –añadió uno de los presentes.

–Un hermano de mi padre –añadió otro de los deudos– se murió en francés. Había pasado cuatro años de su infancia en Burdeos y el resto de su larga vida en Madrid, pero al final eligió perecer en francés, nunca sabremos por qué.

–¿Y cómo supisteis que pereció en ese idioma?

–Porque en el momento de expirar dijo "adieu", en vez de "adiós".

Nos pasamos la existencia atravesando umbrales de una u otra naturaleza. En la cama, antes de dormirnos, la mente se convierte en una trituradora de ideas algunas de las cuales se resisten a la demolición. Ayer mismo se me metió en la cabeza que en el maletero de mi coche podía haber un cadáver. No tengo por costumbre esconder cadáveres ahí (ni en ningún otro sitio), pero con cuanta más fuerza rechazaba la idea, con más fuerza volvía, como si rebotara en alguna pared inmaterial. A final me vestí y bajé a la calle para comprobar que todo estaba en orden.

–¿De dónde vienes? –preguntó mi mujer, que se despertó cuando regresaba a la cama.

–De comprobar que no había ningún cadáver en el maletero del coche –dije.

–¿Y? –continuó ella.

–Nada, estamos completamente a salvo, a menos que hayan quedado restos de ADN –concluí yo.

En momentos de apuro no hay nada más eficaz que la verdad. De todos modos, me costó conciliar el sueño por culpa de los restos de ADN. Estuve a punto de volver al coche con una botella de lejía, pero me pareció excesivo. Entonces fue cuando recordé lo del allegado que acababa de morirse en pesetas. ¡Qué duro debió de ser para él fingir que vivía en euros!

Suscríbete para seguir leyendo