Unificar Carnaval y Semana Santa
El Carnaval debería ser en estos tiempos más desaforado que nunca, para hacernos más llevadera la mísera moralina que padecemos los otros 360 días del año, por mor de la corrección política
Albert Soler
Periodista
El Carnaval se está poniendo difícil. Antes bastaba con disfrazarte con mejor o peor fortuna y dedicarte a transgredir de palabra, obra, pensamiento y omisión, que ese y no otro era el sentido de la fiesta. Ahora ya existen ayuntamientos que prohiben canciones por cosa del decoro y mucho me temo que, como todas las estupideces, la idea va a expandirse. Por tanto, de lo que se trata este fin de semana es de celebrar el Carnaval procurando no transgredir ni pecar, no sea que alguien se ofenda. O sea, de hacer una tortilla sin romper los huevos.
Uno pensaba que el Carnaval era época de excesos de todo tipo, que después llega la Cuaresma y tiempo habrá de renunciar a todo lo bueno. Claro que antes la Cuaresma duraba solo 40 días, hasta Semana Santa, mientras que ahora dura todo el año, gracias a la corrección política, los ofendiditos y las ministras de Podemos, que forman una Santísima Trinidad de meapilas que ríanse ustedes de la formada por Acción Católica, la Sección Femenina y los curas del franquismo. El Carnaval debería ser en estos tiempos más desaforado que nunca, para hacernos más llevadera la mísera moralina que padecemos los otros 360 días del año, por mor de la corrección política. Una vez que la Iglesia nos deja en paz, asoman la cabeza políticos que pretenden desempeñar una misión histórica en defensa de la moral y de los principios del movimiento. Del movimiento incesante hacia la imbecilidad, digo.
Es de esperar que tras las canciones indecorosas les llegue el turno a los atuendos igual de indecorosos, que hay que ver lo descocadas que van algunas participantes en las rúas, haciendo el juego al heteropatriarcado sin darse cuenta, por fortuna no faltan guardianes de las buenas costumbres que las obliguen a taparse un poco, válgame Dios. Hay que conseguir que todos los integrantes de las comparsas vayan vestidos con túnicas y que no suene en el desfile otra música que ‘El Miserere’ y ‘Camino del Calvario’, para llegar al deseado objetivo de no distinguir el Carnaval de la Semana Santa, con ambas celebraciones fundidas en una, amén.
Donde no llegan los poderes públicos, siempre atentos a encorsetarnos en su particular idea de la moral, llegan los ciudadanos. Por si no es suficiente tarea encontrar un disfraz que no muestre chicha, que no ofenda a minorías raciales, que no se burle de nadie y que sea sostenible, ha saltado a la fama una madre al borde del síncope porque en el cole han hecho disfrazar de pescadora a su hijita, cuando ella es vegana. ¿Cabe mayor crueldad? Tiempo atrás los padres dejábamos a los niños en el colegio sabiendo que allí estaban seguros, ahora te despistas y en Carnaval les colocan un gorro impermeable y unas botas de agua. No es extraño que la madre esté colérica. Una cosa es transgredir y la otra maltratar así a los infantes. Un niño no ha de disfrazarse de pescador porque no debe comer pescado. Ni de fantasma, porque no existen y no hay que inculcarle miedos absurdos. Ni de Mickey Mouse, porque los ratones no hablan. Ni de vaquero o soldado, que las armas están feas. Ni de negrito, que eso es ‘blackface’, anatema. Ni de princesa, que es sustentar las desigualdades por razón de cuna.
No hay que cejar hasta que adultos y niños se olviden del Carnaval y vivan en una perpetua Semana Santa, a ver si así conseguimos que nuestras exportaciones al Paraíso superen cada mes las cifras del anterior.
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