Artículo de Andreu Claret

Esquerra se aferra a su historia

El sorprendente protagonismo de los republicanos tiene que ver con la historia reciente de Catalunya, pero también hunde sus raíces en la Generalitat republicana

El líder de ERC, Oriol Junqueras, y el 'president' del Govern, Pere Aragonès.

El líder de ERC, Oriol Junqueras, y el 'president' del Govern, Pere Aragonès. / EFE

Andreu Claret

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La decisión del Tribunal Supremo de inhabilitar a Oriol Junqueras y otros dirigentes de Esquerra hasta la próxima década ha vuelto a cuestionar la capacidad de los republicanos para mantener las cuotas de poder que han alcanzado en los últimos dos años. No va sobrada de cuadros Esquerra como para gestionar la Generalitat en solitario y afrontar las próximas elecciones municipales. A los embates del juez Marchena se suma la idea, muy extendida entre las élites catalanas, según la cual el poder actual que ostentan los republicanos es fruto de una conjunción astral irrepetible. De la coincidencia en el tiempo del vacío dejado por Junts per Catalunya y de la sobrerrepresentación que Esquerra tiene en Madrid, consecuencia de las estrecheces parlamentarias de Pedro Sánchez. Muchos piensan que, entre las obsesiones del Supremo y la perspectiva de un cambio de ciclo político en España, Esquerra tiene los días contados como fuerza de gobierno en Catalunya. Es la hora, añaden, del ‘gen convergente’ que volverá a llevar al poder a los herederos de Jordi Pujol.

¿Seguro? ¿Hasta dónde predomina el deseo sobre el análisis? La idea del ‘gen’ resulta intelectualmente atractiva pero muy deudora de los años irrepetibles en los que gobernó Pujol. De ser cierta, ello supondría que la política catalana está condenada a volver a una alternancia dominada por la ideología, entre los socialistas, fuerza hegemónica de la izquierda constitucionalista, y Junts, o como acabe llamándose el partido del centro derecha nacionalista. Pero, históricamente hablando, ¿dónde está la excepcionalidad: en la llegada de Pere Aragonès a la presidencia de la Generalitat o en los más de veinte años de Gobierno de Pujol? La vuelta al pasado reciente es un desiderátum de muchos. También de aquella derecha española que recuerda con nostalgia los tiempos del Majestic y los conciliábulos entre bambalinas con Artur Mas. Sin embargo, pese a la incertidumbre del momento, que aconseja no hacer demasiadas predicciones, pienso que hay Esquerra Republicana para rato

El sorprendente protagonismo de los republicanos tiene que ver con la historia reciente de Catalunya, marcada por un 'procés' al que Mas se sumó, suicidándose y echando por la borda el legado de Pujol, pero también hunde sus raíces en la Generalitat republicana. Se equivocan quienes piensan que los años treinta no influyen en el momento actual. Todavía recuerdo el almuerzo que tuve en Roma, poco antes de las primeras elecciones democráticas, con Giorgio Amendola, un monumento del Partido Comunista Italiano. Yo era muy joven, y cuando le dije que el PSUC las iba a ganar frunció el ceño y me preguntó quién había triunfado en las últimas. Le miré sorprendido. ¿A qué venia la pregunta, si habían pasado más de 40 años? Cuando le recordé que los republicanos habían copado más de la mitad de la cámara catalana me dijo, severo: pues volverán a ganar. Salí encantado de las alcachofas a la judía que comimos, pero pensando que el hombre estaba muy mayor. Como es sabido, las elecciones no las ganó ERC, sino Jordi Pujol. ¿Y qué era Pujol, sino el heredero modernizado de la tradición que habían encarnado Macià y Companys, engarzándola con el pragmatismo de Prat de la Riba, el cristianismo de Mounier, y una pizca de socialdemocracia sueca? Durante casi 30 años, ERC vagó por los pasillos del Parlament como alma en pena, hasta que estallaron, en feliz coincidencia para ellos, el conflicto del nuevo Estatut y la corrupción de la familia Pujol. Junqueras no dejó pasar la oportunidad. 

La historia no pasa en balde. Ni siquiera cuando ha sido maltratada por una guerra y un largo exilio en el que Esquerra estuvo en un tris de desaparecer. Tarradellas salvó las siglas y las volvió a colocar en el Palau, escondidas debajo de su personalidad. Un simbolismo que la memoria popular tradujo como un retorno de quienes habían ganado las elecciones legislativas del 36, y las del 34 en la mayoría de los municipios catalanes. Durante la guerra, otro comunista italiano, Palmiro Togliatti, envió un informe a la Komintern explicando que, en Catalunya, fuera de algunos núcleos industriales, el poder local era ejercido por alcaldes de ERC. (45 fueron fusilados por Franco). Han pasado muchos años, la sociedad poco tiene que ver con la de aquellos años, y Esquerra sigue siendo un partido hermético, cuyo futuro no es fácil de pronosticar. Pero hay que aceptar que algo de razón tenía el viejo Amendola. De lo contrario, no se entendería la posición que vuelve a ocupar el partido de Companys en la política catalana, pese al gen convergente y los autos de Marchena.

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