Artículo de Joaquim Coll

Negreros catalanes | Nuestro oscuro pasado

Evidentemente, no se puede decir que toda la burguesía catalana fuera esclavista, ni que fuera fue un caso único en España o Europa, pero no por ello se pueden esconder los episodios que hoy nos generan vergüenza colectiva

Plaza de Antonio López, que la ciudad dedica a un negrero indiscutido.

Plaza de Antonio López, que la ciudad dedica a un negrero indiscutido. / JOAN PUIG

Joaquim Coll

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El documental ‘Negrers, la Catalunya esclavista’ emitido en TV-3 ha suscitado polémica, sobre todo en redes sociales, donde ha levantado la ira de los usuarios identificados con el separatismo más radical, que han acusado a la televisión pública catalana de tergiversación histórica y generar autoodio. Para esos grupos, si acaso, los catalanes no traficábamos en calidad de catalanes sino de españoles. Se trata de una lógica demencial, pero consustancial al pensamiento supremacista e hispanófobo de esos sectores. El audiovisual seguramente también habrá incomodado a muchos telespectadores nacionalistas, cuya visión de la historia es deudora de un cierto romanticismo, donde los catalanes o son héroes o son víctimas, pero nunca los malos de la película. La divulgación histórica desde el nacionalismo siempre ha preferido cultivar el conflicto con la monarquía hispánica o el Estado español, a lo largo de las etapas moderna y contemporánea, presentando a la sociedad catalana como un todo, un solo pueblo, y casi nunca abordando los momentos de conflicto interno, y ya no digamos aquellos episodios que hoy nos generan vergüenza colectiva, como el que el audiovisual presenta.

El documental, bajo la dirección de Jordi Portals, presenta un hecho que el historiador Jordi Maluquer de Motes ya consideró hace 50 años de una “evidencia incontrovertible”: la participación catalana en el tráfico, tanto legal como ilegal, de esclavos negros de África. Y, consecuentemente, la constatación de que el desarrollo industrial, urbanístico, comercial y cultural que la sociedad catalana experimentó, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, fue financiado en parte con la riqueza acumulada por esos negocios esclavistas. Aunque el audiovisual juega a descubrir algo que parecía oculto, el incómodo asunto ya se había investigado tiempo atrás, pese a las enormes dificultades en la documentación. Maluquer de Motes, en 1974, estudió la participación catalana en la economía esclavista cubana (‘La burguesia catalana i l’esclavitud colonial: modes de producció i práctica política’, revista ‘Recerques’), y una década después, el profesor Josep M. Fradera publicó el extenso y documentado artículo ‘La participació catalana en el tràfic d’esclaus (1789-1845)’, donde cifraba esa cuota en alrededor del 23% sobre el conjunto español, tanto para el periodo en que ese comercio fue legal, hasta 1820, como en las décadas posteriores.

Desde entonces, es cierto que no se había avanzado mucho y que la divulgación había sido escasa. Reflejo de ello es el silencio que hubo en 2017, no hace falta recordar en qué temas estábamos en el debate público por aquel entonces tras la resaca del Tricentenari de 1714, cuando se publicó ‘Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX)’, una obra con aportaciones de diversos autores, coeditada por Martín Rodrigo y Lisbeth Chaviano, sobre la que descansan parte de las fuentes documentales del documental emitido por TV-3. Un libro académico, pero que acertaba en dar las claves, poniendo de relieve que el tráfico negrero catalán se produjo en el siglo XIX, sobre todo en pleno periodo de prohibición, y por tanto con un notorio esfuerzo de ocultación por parte de las élites catalanas, cuyas fortunas se estaban construyendo con el tráfico de esclavos. Evidentemente, ni se puede decir que toda la burguesía catalana fuera esclavista, ni fue un caso único en España o Europa. Pero no por ello se puede esconder ese oscuro pasado. Por ejemplo, el tatarabuelo de Artur Mas (Joan Mas Roig) aparece en el libro de Martín Rodrigo como capitán del falucho ‘Pepito’, que en 1844 llevó a 825 esclavos africanos al Brasil. Cuando el ‘president’ Mas apareció en su día luciendo ese timón marinero igual no sabía que tenía un pasado negrero.

Otra cuestión es qué hacer con ese incómodo pasado. No hay que ocultarlo, pero tampoco tiene sentido emprender un borrado de todo aquello que es sospechoso de ser fruto de esa riqueza ilícita. Mejor explicarlo, contextualizarlo. Por eso, sigo sin compartir la retirada de la estatua de Antonio López y López, primer marqués de Comillas, que se lleva la palma como negrero, seguramente de forma exagerada.

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