Limón & vinagre

LeBron James, el elegido que fue más allá de los 38.388 puntos

Kareem Abdul-Jabbar, 'The Captain', levantó la pelota como una espada, la mantuvo ceremoniosamente en el aire durante unos segundos y la entregó al 'King James'

Kareem Abdul-Jabbar y LeBron James

Kareem Abdul-Jabbar y LeBron James / Ronald Martínez

Josep Maria Fonalleras

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Una de las grandes diferencias entre 1984 y 2023 es que entonces no había móviles. Uno de los grandes parecidos es que en ambos años se ha batido el récord de anotación de la NBA en la temporada regular. Cuando Kareem Abdul-Jabbar superó la marca de Wilt Chamberlain, en 1984, nadie estaba pendiente de fotografiar la proeza. Se dedicaban a contemplar la hazaña sin más. Cuando LeBron James superó a la de Abdul-Jabbar, hace poco más de una semana, nadie dejó de fotografiarla. Impresiona bastante la imagen del momento en que LeBron, en una de sus jugadas características, da un paso atrás, se desmarca, inicia la suspensión medio cayendo y encesta el punto número 38.388, que le permite batir el récord anterior. Solo se ven móviles alzados, atentos a lo que estaba predestinado a ser un tiro histórico a falta de poco más de diez segundos para acabar el tercer cuarto. Y solo hay ocho personas que son conscientes de que es mejor vivir el momento que inmortalizar el momento que acabas de vivir. Entre ellas, Phil Knight, el dueño de Nike.

Hay más diferencias entre 1984 y 2023. Abdul-Jabbar pasó a ser el máximo encestador de la NBA en Las Vegas, lejos de casa, mientras que LeBron lo hizo en lo que ahora se conoce como Crypto.com Arena y antes había sido el Staples Center y, antes, el Forum, es decir, la casa de los Lakers, que es el equipo que tiene el privilegio de haber visto cómo tres de sus jugadores eran, progresivamente, los propietarios de los récords. Abdul-Jabbar sustituyó a Wilt Chamberlain y, ahora, LeBron James ha sustituido a Abdul-Jabbar, que se hizo llamar así cuando se convirtió al islamismo, en mayo de 1971, en medio de las protestas contra la guerra de Vietnam, junto a Muhammad Ali, que también protestaba. Lew Alcindor y Cassius Clay se difuminaron desde entonces. Y también hay un guiño del destino. LeBron nació en 1984, justo cuando Abdul-Jabbar accedía a los anales. Quizás haya un bebé llorón de 2023 que está esperando a que llegue 2061.

Cuento todo esto porque resulta que el deporte, en este caso el baloncesto, es el relato homérico de nuestros días. Para que la historia tienda a la mitología, se necesitan al menos dos cosas: los episodios deben tener, lejos del azaroso calendario, una justificación, una razón de ser que les otorga coherencia y, segunda, deben ofrecerse unos rituales que ligan los hechos para que la cadena sea satisfactoriamente espiritual. Cuando Abdul-Jabbar logró el récord (entonces fueron 31.420 puntos, pero anotó más de 7.000 más hasta que se retiró), Chamberlain, en el siguiente partido que los Lakers jugaban en casa, le hizo entrega (con una cierta displicencia, hay que decirlo) de la pelota que simbolizaba el registro mayúsculo. El 7 de febrero de 2023, Abdul-Jabbar, 'The Captain', entronizó a LeBron en el reino de los elegidos de la misma manera. Levantó la pelota como una espada, la mantuvo ceremoniosamente en el aire durante unos segundos y la entregó al 'King James'. No habrá muchos más rituales así, porque será muy difícil que alguien supere a LeBron, pero son estos detalles los que construyen el mito.

La noche de la culminación, en el Crypto.com Arena había un letrero luminoso que anunciaba los puntos que faltaban para superar la meta: “Points needed”. Hacían falta 36 para ir más allá de los 38.387. Cuenta atrás, puntos que se iban restando. LeBron, en el tercer cuarto, engancha dos triples consecutivos. Quedan solo 8. Ir restando. Consigue tres canastas de dos puntos, quedan 2. Todavía está por jugar un minuto y 46 segundos. Todo el mundo prepara el móvil. Casi todo el mundo. Cuando llega el momento, se detiene el tiempo. El tiempo del partido. El tiempo, sin más.

Horas antes, LeBron James había llegado al pabellón con un sofisticado traje de seda negro. Entró en el vestuario y se cambió. Fue al gimnasio. Ejecutó la rueda de calentamiento con los auriculares puestos. De reojo, miraba el “Points needed” y evocaba su primera canasta, un 29 de octubre de hace casi 20 años. Se abrochó las zapatillas rosas. Cerró los ojos. Los abrió. Vio cómo sus compañeros llevaban camisetas en las que se leía: “Black History”. Se puso talco en las manos y lo lanzó hacia arriba, como un conjuro, un ritual. Polvos que se esparcían en la pista. Se colocó el protector bucal. Empezó el partido. La cuenta atrás, la resta. Quizá recordó entonces la portada del 'Sports Illustrated' del 18 de febrero de 2003: 'The chosen one', decía. El elegido.

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