Parece una tontería | Artículo de Juan Tallón

Un bello malentendido

Hay unos pocos errores capaces de encumbrar a quienes incurren en ellos. No sabe cometerlos cualquiera. Son dificilísimos, casi inalcanzables

El Carnaval de Venecia, el más antiguo del mundo

El Carnaval de Venecia, el más antiguo del mundo / MIGUEL MEDINA / AFP

Juan Tallón

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El sábado pasado, una amiga se preparó para acudir a una fiesta que empezaba a mediodía. Iba a acudir muchísima gente, y toda, según las normas del anfitrión, disfrazada. Preocupada por caer en excesos ridículos, y a la vez por no quedarse corta, estudió bien cada elemento de su atuendo. Cuando le pareció que al fin estaba lista, se lanzó a la fase quizás más delicada: llegar hasta la fiesta, atravesar la gran ciudad, someterse a las miradas y la ignorancia de los demás. Pero superó la prueba. Cuando se disponía por fin a disfrutar de un sábado inolvidable, cayó en la cuenta, horrorizada, de que se había confundido de fecha. Había llegado a la fiesta con treinta días de antelación. Dio media vuelta y regresó a casa sacudida, no derrotada por el malentendido. 

Hay unos pocos errores capaces de encumbrar a quienes incurren en ellos. No sabe cometerlos cualquiera. Son dificilísimos, casi inalcanzables. No se dejan atrapar; muchas veces, ni siquiera imaginar. Afloran de la nada. De hecho, puedes perseguirlos durante toda la vida sin cometerlos. En su lugar es fácil que coseches aciertos, o, en todo caso, traspiés absolutamente vulgares, que contribuyen sin más a lo que se espera de la mayoría de los fallos: que te hundan un poquito. El mágico error brilla, vive para siempre, está sucediendo continuamente, es puro presente, no palidece, refresca, no se seca, anima. Por mucho tiempo que pase, cuenta a tu favor. Hablará siempre bien de ti. Es el milagro del error.

Cuando reina la confusión total y ya no sabemos que está bien, si llegar puntual a nuestras citas, o hacerlo con un leve retraso, o aventurarse a una tardanza insolente, que dé que hablar, presentarse en un sitio con treinta días de antelación te envuelve con el imprevisto aire de la genialidad. Cualquiera puede, en un momento dado, ser puntual, o impuntual, pero ¿adelantarse un mes? A veces las cosas mal hechas nos cuentan historias al final de las cuales solo puedes decir «Fue bonito».

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