La Tribuna

La cultura del no a todo

La progresía con boina se viste de progresismo a pesar de que, por lo general, va en contra del avance social

El Prat de Llobregat Un avión despega desde la tercera pista, junto a la T1, en el aeropuerto de Barcelona-El Prat.

El Prat de Llobregat Un avión despega desde la tercera pista, junto a la T1, en el aeropuerto de Barcelona-El Prat. / Ferran Nadeu

Pilar Rahola

Pilar Rahola

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La capacidad de la izquierda antisistémica para colocar relatos de éxito en el imaginario colectivo es extraordinaria. Aunque este tipo de opciones ideológicas suelen tener resultados electorales escasos, alcanzan un alto grado de influencia a la hora de prestigiar sus consignas más estridentes. Así se han instalado ciertas letanías que, con el tiempo, se han convertido en dogmas de fe, y nadie discute. Por ejemplo, la idea de que es progresista estar en contra de las grandes infraestructuras, o de las actividades turísticas, o de los proyectos económicos más ambiciosos. Y, por supuesto, todo lo que desprende olor a riqueza es rechazado como si fuera la piel del diablo, sean hoteles de lujo, o cruceros, o tiendas de alta marca.

Es la cultura de la progresía con boina, una cultura del no a todo, no al coche, no a la empresa, no a las carreteras, no al turismo, no al lujo, no al aeropuerto y un largo etcétera de negatividad que se viste de progresismo a pesar de que, por lo general, va en contra del avance social.

Tal vez la pregunta sea esta: ¿qué significa progresismo? En términos de derechos civiles, la respuesta parece clara: todo lo que ayuda a articular una sociedad plural, tolerante y democrática. Esto no significa que, a menudo, aquellos que se etiquetan de progresistas no sean los primeros en coartar la libertad de pensamiento. En la cuestión de lo políticamente correcto, por ejemplo, los principales censores de las ideas son justamente aquellos que se visten de progres. Pero si trasladamos la pregunta a la cuestión económica, la respuesta es mucho más sinuosa, especialmente si el relato se sitúa en los términos maximalistas de la extrema izquierda.

Sin embargo, el problema no es que existan este tipo de planteamientos radicales, sino que los 'compren' otras opciones políticas que, siendo de izquierdas, no son antisistema. En nuestro país, el ejemplo más claro es el de ERC, que a pesar de ser mucho más moderada que la CUP o los Comuns, en términos de modelo económico, ha acabado comprando todos sus mantras, hasta el punto de llegar al ridículo cuando, tras rechazar radicalmente algunos proyectos, los ha terminado aceptando por desesperación presupuestaria: ampliación del aeropuerto, cuarto cinturón, Hard Rock...

Sin embargo, el paradigma de la estulticia de este tipo de planteamientos lo ha protagonizado el gobierno de Ada Colau (con el sorprendente apoyo del PSC), con la paralización de muchos proyectos de gran interés económico, entre otros el Hermitage, que se había decidido por Barcelona y ahora recibe ofertas para instalarse en otras ciudades, como Madrid. En todos los casos se ha utilizado el catecismo del buen progre para rechazar las iniciativas: modelo turístico, lucha contra la especulación, rechazo a la riqueza, bla, bla, bla.

Muy bien. Pongamos uno de los rechazos más sonoros: la negativa a permitir el hotel Four Seasons en la torre del Deutsche Bank en la esquina paseo de Gràcia/Diagonal. Barcelona fue elegida por la prestigiosa cadena hotelera (son ellos quienes eligen las ciudades donde quieren estar, justamente para mantener el prestigio), pero Colau dijo que no y negó los permisos. Desaparecido el hotel, la torre se ha convertido en un edificio de pisos de lujo, cuyo ático se ha vendido por 40 millones de euros a un financiero extranjero.

Es decir, se ha impedido construir un hotel de superlujo, que, cada año, habría traído a miles de turistas ricos a Barcelona, con la dinamización económica que habría representado para toda la restauración, tiendas, taxis, etcétera, por unos cuantos pisos de lujo, muchos de ellos de propiedad extranjera, que quizás vendrán a Barcelona una vez al año.

El hotel dinamizaba la economía y era un atractivo para el turismo de alto nivel. Los pisos son solo pisos, muy caros, por cierto, pero solo pisos. Es decir, ni aportan turismo de lujo, ni dinamizan la economía, lo que permite una conclusión rotunda: la negativa 'progresista' de Colau sirvió para impedir que la ciudad progresara. Como ocurre también con la negativa a tener un aeropuerto de nivel internacional, o con el rechazo al Hard Rock, que aportará un gran movimiento económico a la zona donde se construirá. Y así, ir sumando, instalados en una cultura del no a todo que, de tanto abusar de la retórica progresista, acaba yendo contra el progreso.