Vinicius se gusta
Juan Cruz
Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.
Hay un debate en España que tiene que ver con un ángulo oscuro del fútbol: el ejercicio de la mala educación como parte del juego. Se centra, sobre todo, en las características públicas, es decir, altamente visibles, de Vinicius, extremo del Real Madrid, autor de goles memorables para su equipo y factor principal de muchas de las victorias de este equipo tantas veces triunfador.
Él se gusta. Como es habitual en este tipo de diatribas, y en contra de todo razonamiento iluminado por la ética, los madridistas están mayoritariamente del lado de los modos de hacer de este muchacho mientras que los que 'jugamos' en el otro lado nos regocijamos de que le haya salido a relucir al eterno rival un problema de esta índole.
Gestos que desmejoran
Es un problema, desde mi punto de vista, de todos. La mala educación no nace sola, siempre tienen que ver con ella también los que se ven a sí mismos como virtuosos, pues a lo largo del tiempo nuestro equipo (el equipo de cualquiera, ahora no me refiero al Barça) siempre ha tenido jugadores así, que expresan con gestos que desmejoran a los otros para situarse en lo alto del pódium.
Esa prepotencia no tendría tanta importancia si se manifestara fugazmente y para desahogar un quiste de antiguas derrotas u otras rencillas. Pero cuando la risa, la burla del otro, que constituye una de las características de las celebraciones del madridista, se convierte en herida para el otro; entonces hay que hacérselo mirar.
Cuando el propio club empezó a sentir que esta ristra de broncas protagonizada por su futbolista más prometedor (era una promesa, ahora es una realidad) parece que encargaron al propio entrenador que cuidara de llevarlo por la senda de la paz, antesala de la buena educación. De hecho, en el último encuentro (y encontronazos) en Mallorca, se vio al muy venerable Ancelotti yendo en busca de Vinicius para llevarlo al vestuario con cierto orden, evitando más roces con los irritables, y también a veces irritantes, jugadores mallorquines.
En ese partido en concreto se saltaron las alarmas nacionales del fútbol, pues árbitros muy reputados entraron en juego para advertir de que ya hay zonas sagradas que se están rozando, pues el fútbol también es ética y estética que ha de enseñarse desde los campos tanto como en las escuelas.
No es la primera vez (es decir, no son las primeras veces) que eso ocurre en los campos y fuera del campo; es más, no es la primera vez que se jalea. Movistar Plus exhibe con frecuencia una fotografía del mentado futbolista brasileño haciendo sus bailes de celebración a la vez que se exhibe repasando sus dotaciones viriles, como si esto fuera también útil para anunciar los partidos de fútbol.
Hace tantos años que no se acordará ni el gran futbolista que fue Puyol en que éste, como capitán del Barça, corrió de un lado a otro de la cancha del Rayo para impedir que unos barcelonistas de campo siguieran con sus carcajadas de celebración.
Esas carcajadas eran también un baile, como éstos de Vinicius, y en medio del espectáculo había un director de orquesta, también brasileño, Dani Alves. Puyol llegó presto y mandó a parar, como se dice en una famosa canción que celebra a Fidel Castro. Quien ordenó que aquello no fuera a más fue Pep Guardiola. Educado como Ancelotti.
Ahora estamos en una diatriba sobre la mala educación. El fútbol no se merece estos gestos, y ni en un bando ni en el otro deben sentirse alentados los que han hecho del fútbol un ejercicio tolerado de desprecio del otro, da igual que sea blanco, negro, blanquiazul o azulgrana.
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