BARRACA Y TANGANA

La perfección

Las gradas están llenas de muertos que piden a gritos un vencedor. Frases para parecer listo, con mundo interior

Una imagen del último derbi liguero que verá el Camp Nou en su historia.

Una imagen del último derbi liguero que verá el Camp Nou en su historia. / Jordi Cotrina

Enrique Ballester

Enrique Ballester

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Las gradas están llenas de muertos que piden a gritos un vencedor. Cuando pienso cómo debe sonar una frase, me acuerdo siempre de estas palabras que encontré un día en los versos de un librito llamado 'Madrigales en la pensión'. Las gradas están llenas de muertos que piden a gritos un vencedor: hay fuerza, hay ritmo y hay verdad. Es cerebro y corazón. Las gradas están llenas de muertos que piden a gritos un vencedor. Esa frase es la perfección.

Recuerdo dónde compré el librito (en la librería Babel, en Castelló), recuerdo dónde leí la frase (en el semáforo de la plaza Fadrell, junto a un señor mayor) y recuerdo qué hacía entonces yo. Entonces, en 2004, yo simulaba estudiar algo en la universidad y empezaba a escribir crónicas de partidos de fútbol. Han pasado casi 20 años, simulo saber algo, escribo a diario y cada vez que tengo que romper el muro de la primera frase me acuerdo aún de ‘las gradas están llenas de muertos que piden a gritos un vencedor’. Como un anhelo que se escapó, una aspiración. Esa perfección.

Cuando uno empieza a escribir no quiere ser igual que nadie, pero tampoco tiene voz. En esa época de tomar apuntes del partido desde mi asiento de Preferencia, y de escribir luego crónicas en una web de aficionados, coleccionaba una serie de frases que incluir con calzador. Frases para parecer listo, mayor e interesante, con mundo interior. Juraría que un día usé ‘las gradas están llenas de muertos que piden a gritos un vencedor’. Juraría que a nadie le importó.

Cuando jugábamos al fútbol de niños, también había mucho de repetición. Es un impulso. No había tanta tele ni tanto vídeo, pero nos llegaba de lo bueno lo mejor. La vez que Fowler se llevó la pelota con la espuela, y lo calcábamos luego en el patio del colegio. Los entrenamientos que estropeábamos por querer dar el último pase mirando a otro lado, como Laudrup. Una fila de niños en el pueblo practicando la cola de vaca de Romario. ¿Cuándo perdimos esa capacidad de fascinación? A nadie le importa. Las pistas siguen llenas de niños que piden a gritos un vencedor.

Desde el lunes soy otra vez eso que llaman redactor de Deportes. Eso parece. Lo primero que me tocó hacer fue repasar declaraciones recientes de los jugadores. Cuando escuché a uno decir que el empate había que hacerlo bueno ganando el siguiente partido en casa, ese perenne topicazo, percibí de una manera rotunda la agradable sensación de regreso al hogar por navidades. Escuchar esa frase fue probar el pastel de los domingos familiares, la nata en los paladares. Joder, ya estamos otra vez igual, pensé, con la misma historia. Ya estamos donde siempre: con el mismo equipo, en la misma división, con el mismo objetivo del 2004 e intentando sonar mejor, aunque no sabes. Más cerca de ser uno de los muertos que ese vencedor. Otra vez. Eso parece.

Para parecer listo el mejor es Chesterton y lo de copiar hace tiempo que ya no nos vale. Chesterton compartió en su autobiografía las claves de sus logros periodísticos: «En general creo que mi éxito se debe a haber escuchado con respeto y bastante humildad los mejores consejos de los mejores periodistas, responsables, a su vez, de los mayores éxitos periodísticos, y luego, haberme ido y haber hecho justamente lo contrario». Cuando lo leí casi me da algo. Lo leí a tiempo para salvarme pero tarde para el fútbol, sin embargo, porque ni Fowler ni Laudrup ni Romario. Debimos haber hecho lo de Chesterton, la verdadera perfección. La nuestra, lo contrario.

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