Artículo de Jordi Puntí

Voces de la edad provecta

Debe llegar un momento en el que comprendes que vives un tiempo añadido, e incluso los recuerdos son tan intemporales que mejor vivir a fondo el presente

Hal David (derecha), junto al compositor Burt Bacharach, tras recibir un premio Grammy en el 2007.

Hal David (derecha), junto al compositor Burt Bacharach, tras recibir un premio Grammy en el 2007.

Jordi Puntí

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Esta semana empezó con el adiós, a los 95 años, de Josep M. Espinàs y siguió con el de Burt Bacharach, este jueves, a los 94 años. Se llevaban poco más de un año, pero es cierto que en edades tan provectas las diferencias son irrelevantes. Debe llegar un momento en el que comprendes que vives un “tiempo añadido”, como decía Espinàs, e incluso los recuerdos son tan intemporales que mejor vivir a fondo el presente. Todo esto, claro, si la cabeza y el cuerpo te acompañan, y es un privilegio que esta vitalidad todavía se traduzca en creación.

Espinàs publicó en este periódico hasta los 91 años. En los últimos tres años, Burt Bacharach ha participado en un musical, ‘Some lovers’, y un disco notable, muy de su estilo: ‘Blue Umbrella’, y además se anuncia un nuevo disco con grabaciones inéditas de su colaboración con Elvis Costello. Hace ya 10 años, Bacharach publicó unas memorias con título de canción, ‘Anyone who had a heart’. Repasaba su vida, desde ese niño que estudiaba piano y escondía que era judío en un barrio católico, y mostraba cómo aquel instinto musical se había desplegado —junto al letrista Hal David— en un impresionante cancionero, que definió la música melódica durante más de medio siglo.

Esta sabiduría de la edad provecta también está presente en la obra de la escritora Cynthia Ozick, que a los 94 años sigue activa y hace dos publicó una novela corta, ‘Antiguitats’. La acaba de publicar en catalán la editorial Labreu y hace unos días la presentamos en la librería Finestres. Con un estilo afilado, culto e irónico, que destila toda una vida de presencia del judaísmo, Ozick hace hablar a un viejo abogado que, en soledad, recuerda un episodio de su infancia en un internado de estilo inglés, donde conoció a un chico enigmático, judío errante. El misterio de una memoria turbia impregna el relato. En entrevistas recientes, Ozick declara que su edad no es ningún mérito al valorar la calidad de lo que escribe y, aunque no estoy muy de acuerdo, lo entiendo como un esfuerzo para desvincularse del presente: tarde o temprano ella morirá, pero su voz seguirá viva.

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