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Los halagos de ida y vuelta de Jordi Pujol
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
El que fuera presidente de la Generalitat durante 23 años y que para muchos sigue siendo "el president" ha reaparecido en público para presentar su libro de juventud Dels turons a l'laltra banda del riu en el que dibujó, en plena dictadura, su proyecto de la Catalunya que quiso presidir y presidió. Pocos días antes se vio a Jordi Pujol cuchicheando con el líder actual de la oposición, Salvador Illa, en la capilla ardiente de Josep Maria Espinàs, con quien mantuvo una relación distante basada en el respeto mutuo, algo poco frecuente en el personaje con más poder en la Catalunya del último cuarto del siglo pasado. La salida a escena de Pujol se produce a pocos meses del juicio por fraude a la hacienda pública y después de meses de recibir a decenas de personas en su despacho por el que han pasado más dirigentes del actual gobierno y de la actual oposición que de su actual partido o de lo que queda del mismo. Pujol lleva décadas pensando en su funeral y cuando era presidente sabía como activar el ego de periodistas y directores de diario para que no le zurraran o lo hicieran con guante de seda tras una larga parrafada por teléfono en la que se mezclaban las confidencias personales con las políticas. Durante este desfile íntimo por su despacho, por el que también han pasado periodistas, escritores, cineastas, empresarios y financieros, Pujol ha desplegado sus artes amatorias y a todos les ha considerado parte de su legado. Se vanagloria de cosas tan dispares como de que una persona como José Montilla, al que frecuenta a menudo, ocupara su puesto o de que Esquerra vuelva a tener un papel central en la política catalana como lo tuvo en la segunda república.
Tiene razón Pujol cuando reivindica que la Catalunya del siglo XXI no se entiende sin su legado, para lo bueno y para lo malo. El paso del tiempo siempre idealiza el pasado y ahora recordamos que en su época se hacían carreteras incluso si los alcaldes de su partido se oponían, se instalaban fábricas de marcas japonesas que no se marchaban a las primeras de cambio o el presidente de la Generalitat plantaba cara a los manifestantes en su contra en lugar de encabezarlos como hizo Artur Mas. Todo eso ocurría con Pujol al mando aunque su auténtico legado pasa por determinar qué no hubiera ocurrido sin su presencia. Pujol es un maestro de los halagos de ida y vuelta y siempre que intuye que su funeral puede estar cercano despliega todas sus artes amatorias con quienes van a glosar su figura. No es muy diferente a lo que hizo durante su vida política, atraer los focos para que en las bambalinas pasara lo que tenía que pasar para que la función siguiera.
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