Artículo de Albert Soler

El meador caído en combate

Lo que tenía lugar cada noche a las puertas de la cárcel de Lledoners era una verbena. Lo suyo habría sido instalar también urinarios portátiles, como se hace en todas las fiestas populares

Concentración ante la prisión de Lledoners, el pasado 2 de noviembre

Concentración ante la prisión de Lledoners, el pasado 2 de noviembre / AP / FELIPE DANA

Albert Soler

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Un amigo me preguntaba el otro día si al miccionador accidentado que ha denunciado a la ANC, ERC, Òmnium y JuntsxMear (o como se llamen hoy) reclamándoles más de 20.000 euros le van a requisar el carnet de catalán. Ya se sabe que el lacismo es una religión, y como tal, quien no está con él, está contra él.

-Todo lo contrario, sacar dinero de donde sea, incluso de participar en una 'performance' a la puerta de la cárcel de Lledoners, como es el caso, le convierte en supercatalán. Este hombre es el paradigma del buen catalán, un ejemplo para todos los catalanes, que no solo de las piedras hacen panes, sino que de sus aguas menores hacen dinero -respondí.

Nuestro buen catalán acusa a los organizadores de no haber dispuesto urinarios en condiciones, que es lo primero que hay que hacer cuando organizas una verbena. El pobre manifestante tenía la vejiga tan colmada que hubo de buscar un rinconcito discreto para aliviarse, con tan mala fortuna que se precipitó por un terraplén, ignoro si minga en mano o si no había tenido todavía tiempo de sacarla al exterior.

No le falta razón al orinante caído. Lo que tenía lugar cada noche a las puertas de la cárcel era una verbena, con sus megáfonos, sus luces de colores, su musiquita, y supongo que con sus gitanos vendiendo globos con la cara de Junqueras, así como con sus puestos de altramuces y algodón de azúcar. Lo suyo habría sido instalar también urinarios portátiles, como se hace en todas las fiestas populares, y vender números para una rifa.

No había por los alrededores ni siquiera un triste agente de policía al que los convocantes de la verbena pudieran acusar de empujar al infortunado meador, eso habría sido ideal. Por no haber, no había ni siquiera un seguro que cubriera los posibles accidentes, y eso que no faltaba allí más que una noria y un tiovivo. Nadie quiere pagarle al damnificado hacedor de pipí los gastos médicos que ha tenido que sufragar, no hay para él ni una simple caja de resistencia como las que beneficiaron -y benefician- a tantos. Para una vez que el lacismo consigue un mártir, incontinente pero mártir al fin, lo dejan tirado. Tal vez en el momento de la caída debería haber llevado en la mano una estelada, y no su propio apéndice.

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