Espinàs, la constancia de la lluvia fina
Despedida a una mirada que pintó una acuarela diaria durante 40 años
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
El secreto del columnismo radica, creo, en la voz; si no la consigues, miau, estás vendido. El norteamericano Gore Vidal venía a decir, más o menos, que el estilo consiste en saber quién eres, qué quieres decir y que no te importe un carajo. Pensé en este asunto al saber de la muerte de Josep Maria Espinàs, el domingo, tras leer la estupenda glosa que Ernest Alòs le dedicó en estas páginas. Espinàs la tenía. Una voz sin mayúsculas, excesos ni estridencias, moldeada en la constatación gustosa del presente, en la imbricación de vida y pensamiento, una voz como la lluvia fina, que parece que no moja pero acaba empapando a fuerza de constancia. Tac, tac, tactac, tac, tactac. El sonido de las gotas debía de parecerse a la percusión de los tipos de aluminio contra la cinta, el papel y el rodillo. Tactac, tac, tac. ¿Adónde irá a parar la Olivetti Studio 46 de Espinàs? Una máquina de escribir «de color azul, tirando a ceniza», escribió el otro día Josep Maria Fonalleras.
Espinàs engañaba. Me refiero al porte inglés y la pipa, aditamentos que tal vez invitaban a pensar en una pose, en la exhibición de una falsa modestia. Pero no. El posible equívoco se difuminaba leyéndolo. Al autor parecía importarle la gloria un carajo, en el sentido de Gore Vidal. Un bledo. ¿Era realmente así? En cualquier caso, se instaló en el presente puro. «He aprendido que soy un momento de la vida y el mundo», declaró en una entrevista de hace unos cuatro años. Sus zapatos nunca se despegaron del suelo ni su mirada de la observación directa. Espinàs aceptó que no andaba construyendo catedrales, y en ese pragmatismo habita su legado. Durante 43 años, escribió un artículo diario, primero en el 'Avui' y a partir de 1999 en esta santa casa. Cuatro décadas de pedaleo constante, más de 11.000 artículos. Se dice pronto. Una heroicidad para quitarse el sombrero de copa.
CLARIDAD Y LIGEREZA
«Publicar un artículo cada día significa aceptar una dosis diaria de fracaso», escribió en El meu ofici (La Campana, 2008). No se puede parir una idea genial todos los días. Supongo que asumir esa frustración lo llevó a liberarse de la crítica y del elogio, y a construir desde ahí su método. Curiosidad. Claridad frente al empacho de prosopopeya y pedantería. Sentido del ritmo. La ligereza en zapatillas de quien va a coger el autobús. Confianza en la capacidad de improvisación. Dejar que el cerebro rumie sus lecturas, sí, pero sobre todo las observaciones directas y minuciosas de paisaje y paisanaje. Eso es o en eso debería consistir el periodismo: mirar y escuchar a las gentes. n
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