Desperfectos

Un año con mal de ojo

La cuestión es que las opiniones públicas, de vez en cuando, prefieren los sortilegios a las reformas y eso es endeudar el futuro

Segundo día de huelgas y manifestaciones en Francia

Segundo día de huelgas y manifestaciones en Francia / BENOIT TESSIER/REUTERS

Valentí Puig

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Los inviernos del descontento europeo llegan sin periodicidad fija, llevados por vientos adversos, alteración económica, guerra, error político o por la tentación de hacer las cosas en virtud de un sueño imposible o de una causa desproporcionada. El descontento social está agitando las calles y algunos profetas, tanto al hilo de la agresión rusa contra Ucrania o por los nuevos autoritarismos, vaticinan para pasado mañana algo equiparable a los años treinta del siglo XX. En realidad, el lenguaje del nuevo año es de quejumbre y no de apocalipsis. En Europa, en parte, es más de prosperidad menguada que de carestía irresoluble. 

Los años treinta del siglo XX son un precedente impropio, como lo fue evocar el crack del 29 en 2008. La Alemania de hoy, muy al contrario, no tiene nada que ver con el deslizamiento que acabó con la república de Weimar hasta que Hitler entró por el balcón. La inflación actual no es la implosión monetaria de Weimar. Hitler llevó a su país a una guerra de tal magnitud que incluso hoy aturde conmemorar los 80 años de la rendición del Sexto Ejército de Hitler al final de la atroz batalla de Stalingrado –ahora Volgogrado-, un infierno a 30 grados bajo cero. Nada ha sido más salvaje, con la esvástica ondeando entre cadáveres congelados. Más de setecientos mil muertos, rusos y alemanes. Ahora, la propaganda de Putin habla de “desnazificar” Ucrania. 

En los países de la Unión Europea –y también en Gran Bretaña- ha vuelto el invierno del descontento: inflación, coste energético, la bolsa de la compra, poscovid y Ucrania, desajustes del Estado-Providencia. Como tantos otros de sus predecesores, Macron ha sacado del cajón de su despacho la reforma de las pensiones. No carece de sentido, porque en Francia las pensiones del sector público son considerables y proponer que la jubilación pase de los 62 años a los 64 en 2030 no es crucificar a los ferroviarios. Pero las huelgas y manifestaciones prosiguen. Una vez más, los sindicatos del sector público imponen su voluntad, incluso en el Reino Unido donde, hace ya años, la legislación thatcherista acotó las prácticas coercitivas de la huelga. En España, el Gobierno de Pedro Sánchez no está en las mejores condiciones de garantizar estabilidad. Los sindicatos de la República de Irlanda se agitan. Portugal se inquieta. Sobre todo, un Gobierno responsable ha de velar por la calidad de los servicios públicos y garantizar la sostenibilidad de sus finanzas con rigor fiscal.  

La gran incógnita, por supuesto, es saber qué pasará en Ucrania ya con un año en armas. La guerra se puede cronificar, derivar en conflicto de baja intensidad, imitar la tregua de la guerra de Corea o tener una negociación con intermediarios fuertes que se impongan a Putin y también a Zelenski. Mientras tanto, sigue el invierno del descontento. Sin suficiente sustento parlamentario, Macron posiblemente retire su reforma de las pensiones. Este mal de ojo se prevé no gastando más sino mejor. La cuestión es que las opiniones públicas, de vez en cuando, prefieren los sortilegios a las reformas y eso es endeudar el futuro.