Limón & Vinagre | Artículo de Alfonso González Jerez

Francisco Camps, el hombre que sabía demasiado poco

El pasado se empeña en volver. Hace una semana se abrió en la Audiencia Nacional el juicio oral sobre la llamada trama Gürtel y la Fiscalía Anticorrupción le pide al expresidente de la Generalitat de Valencia dos años y medio de cárcel por delitos de prevaricación y fraude

Francisco Camps, este lunes a la Audiencia Nacional.

Francisco Camps, este lunes a la Audiencia Nacional. / EFE

Alfonso González Jerez

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Francisco Camps, expresidente dde la Generalitat valenciana, tuvo unos años de respiro en los que incluso disfrutó de una discreta e inteligente apología, un libro titulado 'Un buen tipo', firmado por Arcadi Espada, que no se vendió mal, pero que en absoluto convenció a los ya convencidos de la alicatada sinvergonzocería del personaje. Casi inmediatamente Espada precisó que su libro era una investigación sobre la persecución política y mediática al expresidente por el asunto de los trajes, no sé si se recordará todavía, porque después de lo que ha pasado en los últimos años --con un jefe de Estado obligado a abdicar y que se exilia en la Península Arábica y posteriormente traslada allí, con cínica pachorra, su residencia fiscal-- reducen el episodio casi a una insignificancia.

Supuestamente los delincuentes de una trama corrupta que se enseñoreaba por los despachos del gobierno autónomo y la capital valenciana le habían regalado trajes caros a Camps. En un juicio posterior, celebrado en 2012, un jurado lo absolvió del delito de cohecho impropio. Pero el pasado se empeña en volver. Hace una semana se abrió en la Audiencia Nacional el juicio oral sobre la llamada trama Gürtel y la Fiscalía Anticorrupción le pide a Camps dos años y medio de cárcel por delitos de prevaricación y fraude. Por supuesto, después de más de veinte años negando incluso los indicios más evidentes y las condenas a colaboradores y amigos próximos, Camps no solo repite que es inocente: mantiene que la Fiscalía Anticorrupción ha organizado una conspiración contra él.

Francisco Camps, nacido en 1962, es doctor en Derecho, pero incluso este título académico ha resultado sospechoso. Todo en Camps es sospechoso, incluyendo ese aspecto de curita que abandonó la sotana deslumbrado por el mundo, el demonio y la carne. Se doctoró en 2012, ya fuera de la Generalitat, por la Universidad Miguel Hernández de Elche. Pero la tesis no se puede consultar. Está custodiada como un pedazo del madero de Jesús o una babucha de Mahoma en la biblioteca del centro universitario. Fue dirigida por Vicente Garrido Mayol, en ese momento presidente del Consejo Jurídico Consultivo de la Comunidad Valenciana, un cargo para el que lo nombró, sin duda casualmente, el propio Camps. Este grotesco episodio de una tesis impublicable –algo que tiene el mismo sentido que un porrón sellado al vacío – explica muy bien cómo funciona el cerebro de Camps y su plena desconexión con cualquier convicción moral.  

Tal vez ese rasgo sirvió para que el Opus Dei tocara en la puerta de su corazón muy pronto. Más adelante encontró entre queridos compañeros otros miembros de la Obra, como Federico Trillo y, sobre todo, Juan Cotino, sus dos principales contactos con la dirección nacional de Mariano Rajoy, al que siempre apoyó. El mismo Rajoy que entre 2010 y 2011 lo dejó triste, solitario y final a la orilla del mar sulfúrico de la Gürtel. En un principio Camps parecía un chico diligente e impoluto que pasó de la protección de Rita Barberá –fue su mano derecha en el ayuntamiento de Valencia – a la amistad con Eduardo Zaplana, quien se marchó a Madrid de ministro de Trabajo y pretendió dejar una marioneta obsequiosa como presidente de la Generalitat. Pero Camps decidió independizarse: se hizo rápidamente con las direcciones provinciales del PP valenciano y pasó a pastorear, ampliar y perfeccionar el sistema clientelar heredado del zaplanismo: pymes importadoras y exportadoras, el vertiginoso y muy influyente universo fallero, el asociacionismo comarcal y local. Una olla podrida salpimentada con un poquitín de regionalismo vinculado, sobre todo, con las guerras políticas, jurídicas y simbólicas del agua. En la cima del éxito, con unas mayorías absolutas que aplaudían como focas amaestradas en las Corts, ¿por qué no podría tener algunos empresarios de confianza, como el Bigotes, que trabajaban para otras franquicias del PP en el resto de España? ¿Por qué no confiar de Francisco Correa, creador de Orange Market, si incluso Aznar lo invitaba a la boda de su hija?

Es rigurosamente cierto lo que Camps proclama: ha sido absuelto en los últimos quince años de nueve causas judiciales. Pero si desde un punto de vista judicial puede conseguir desembarazarse, política y moralmente no conseguirá nunca una inocencia verosímil, dulce y fresca como una buena horchata. Demasiadas condenas. Demasiados arrepentimientos y confesiones. Demasiado hedor emanando de un derroche escandaloso y unos aires de grandeza propios de un péplum zafio y fugaz.

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