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Solidaridad y cautelas con Ucrania

Un ingreso apresurado metería de lleno la guerra dentro de los límites de la Unión y cambiaría por completo la naturaleza de su implicación solidaria en el conflicto

Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski, en Kiev.

Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski, en Kiev. / EFE

Las reuniones del jueves y del viernes en Kiev de una delegación de la Unión Europea, encabezada por Ursula von der Leyen y Charles Michel, con Volodímir Zelenski y varios ministros del Gobierno ucraniano han realzado el compromiso de los Veintisiete con el país agredido, pero también los requisitos que debe cumplir Ucrania para iniciar las conversaciones para su adhesión al club. Si fue posible en junio reconocer a Ucrania la condición de país candidato, un trámite exprés infrecuente destinado a subrayar el apoyo europeo poco más de tres meses después de que Rusia desencadenara la invasión, no es posible ahora acelerar los pasos para lograr el ingreso. Solo a final de año, cuando la Comisión Europea examine el progreso en las reformas reclamadas a Ucrania será factible vislumbrar un calendario aproximado.

Como ha recordado Von der Leyen a la Administración ucraniana, el procedimiento de ingreso no descansa sobre un sistema de plazos, sino de objetivos y méritos: el país candidato debe cumplir ciertas condiciones, reseñadas en siete apartados, antes de abrirse el trámite de negociación del ingreso. En el caso ucraniano, eso implica introducir cambios en la justicia, en la lucha contra la corrupción y en la interferencia de los oligarcas en las instituciones y el funcionamiento del país. No se trata de asuntos menores, sino de un saneamiento en profundidad del sistema que, para mayor dificultad, debe salir adelante sin que cesen los combates, como tuvo ocasión de comprobar la delegación europea cuando el viernes sonaron las sirenas antes de empezar la cumbre.

Hay un segundo factor de gran relevancia a tener en cuenta: sectores económicos esenciales han quedado diezmados por la guerra, las fuentes de energía están seriamente dañadas o en manos rusas –la megacentral nuclear de Zaporiyia– y las exportaciones de granos dependen de un acuerdo con Rusia a través de terceros. A partir de esa realidad, el ingreso de Ucrania en la Unión Europea plantea problemas de orden práctico inmediato que nunca antes ha debido afrontar Bruselas en las anteriores ampliaciones. Incluso si Ucrania cumple en el corto plazo las condiciones fijadas, es poco menos que imposible que se concrete su ingreso a medio plazo mientras la guerra lo condicione todo.

A todo ello deben añadirse las reticencias de algunos socios, con viejos vínculos económicos y emocionales con Rusia –Hungría, Bulgaria, Rumanía–, y de otros que albergan dudas sobre el esfuerzo presupuestario al que eventualmente obligaría el ingreso de Ucrania, para cuya reconstrucción se barajan cifras astronómicas. Las incertidumbres económicas derivadas de la guerra, las tensiones para cerrar el décimo paquete de sanciones al régimen ruso y la inquietud por los efectos que puedan tener en los mercados energéticos abonan tales reservas.

La solidaridad europea con Ucrania desde que estalló el conflicto ha sido un hecho. Pero, al mismo tiempo, frente a las comprensibles prisas de Zelenski para reforzar su vínculo con Bruselas, son igualmente lógicas las cautelas comunitarias. Porque un ingreso apresurado metería de lleno la guerra dentro de los límites de la Unión y cambiaría por completo la naturaleza de su implicación solidaria en el conflicto.