Artículo de Jordi Puntí

Y la vida es fácil

Durante muchas décadas, el nombre del Espinàs ha sido una presencia constante en nuestra cultura, ramificándose en un sinfín de proyectos muy distintos, pero que siempre confluían en una gran curiosidad por las cosas.

Josep Maria Espinàs.

Josep Maria Espinàs.

Jordi Puntí

Jordi Puntí

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Este domingo, cuando supe que Espinàs había muerto, busqué una canción de Yves Montand llamada 'Clopin-Clopant' y la escuché como homenaje. La elegí porque hace unos años, cuando acababa de cumplir 90, Espinàs acudió al programa de radio 'Islàndia', que Albert Om presenta en RAC1, y juntos repasaron las canciones que más le gustaban. Sonaron 'Picolissima serenata', de Renato Carosone, “con ese adverbio tan modesto en el título”; 'Garota de Ipanema', de Vinicius y Jobim, “tan poco pretenciosa”; 'Summertime', de Luis Armstrong, “y la vida es fácil”. También oímos la guitarra y la voz de Yves Montand, con ese inicio tan redondo: “Et je me’n vais clopin-clopant...”, que podríamos traducir libremente como: “Y yo me a ir yendo, tranquilamente...”. Luego Espinàs contó que le gustaría que aquella canción sonara en su funeral.

La elección y los comentarios que hacía Espinàs, pienso ahora, también eran una especie de retrato sonoro de su vitalidad pausada, de una mirada limpia del exceso y la exhibición sentimental, y sin embargo de una proximidad y calidez naturales. Esta sensación amistosa, de conocerle a partir de sus palabras como si te hablara de tú a tú, es una de las razones que le hizo tan popular y querido. Durante muchas décadas, el nombre del Espinàs ha sido una presencia constante en nuestra cultura, ramificándose en un sinfín de proyectos muy distintos, pero que siempre confluían en una gran curiosidad por las cosas.

En los años 80, los jóvenes de mi generación encontrábamos a Espinàs un poco 'queco'. Era aquel señor que escribía en el 'Avui' sobre cosas cotidianas, sencillas, banales en apariencia. Sin embargo, al menos a mí, su constancia a la hora de escribir, su presencia discreta y un celo por preservar su vida privada, pronto me lo hicieron apreciar tal y como era de verdad: una persona de mundo, rigurosa, sin vanaglorias y a la vez, cuando era necesario, con un humor finísimo. Por todo ello, su obra inmensa puede leerse ahora como un gran testamento, un reporte de su paso por nuestro mundo, quizá tranquilamente, pero sin detenerse nunca durante casi un siglo.

Suscríbete para seguir leyendo