Artículo de Carles Francino

Hay que comer de todo

Hace poco me enteré de que existe una aplicación de citas solo para veganos y creo que simboliza a la perfección el estrechamiento progresivo que el uso de las redes sociales está provocando en la vida de millones de personas

Apps veganas

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Carles Francino

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Carlos de Hita es el gran sonidista de la naturaleza en España. Y de la vida en general. Lleva años tomando el pulso sonoro a animales, bosques, montañas, ciudades, ríos…Su último gran trabajo es un libro delicioso, un viaje de oídas titulado 'Sonidos del mundo', en el que conviven el runrún de las piras funerarias en la India y los conciertos de millones de aves en el Ártico.

El otro día en la radio jugábamos a pedir deseos tecnológicos para el futuro y alguien habló de volar; también salió la posibilidad de teletransportarse, pero él tuvo los redaños de decir: “yo quiero que desaparezca Internet”. Era una provocación, claro, pero invita a reflexionar. Hace poco me enteré de que existe una aplicación de citas solo para veganos. Se llama Grazer (herbívoro) y creo que simboliza a la perfección el estrechamiento progresivo que el uso de las redes sociales está provocando en la vida de millones de personas.

Lo que llegó como la gran revolución comunicativa global ha derivado en una atomización galopante. Ya somos una especie de archipiélago en el que los habitantes de cada isla van a su bola y no quieren saber nada del vecino. El periodista Ricardo de Querol lo ha definido como 'La gran fragmentación', en otro libro que acaba de publicarse, donde recuerda que ese tribalismo está auspiciado por gigantes empresariales que comercian con nuestros datos. En fin, yo ya sabía que Tinder y similares disponen de filtros por sexo, edad o distancia, que parecen lógicos; y que después, en los perfiles, son frecuentes los avisos del tipo: “fachas, abstenerse” y “perroflautas, no”. Eso también se entiende porque facha y perroflauta representan el destilado de todas las inquinas, obsesiones, prejuicios y estereotipos en las dos Españas del siglo XXI. Pero este negacionismo militante ante la posible conexión sentimental -o lo que sea- entre feligreses del chuletón y apasionados del brócoli, confieso que ya me descoloca del todo. Creo que cerrarnos como una ostra a lo que no conocemos nos vuelve más ignorantes, menos tolerantes y -lo que es peor- infinitamente aburridos.

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