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El gran periodista en catalán de la democracia

Para EL PERIÓDICO ha sido un honor y un lujo publicar durante años la columna diaria de Espinàs, convertida con todo merecimiento en una de las señas de identidad del diario, un emblema de una cierta manera de entender el periodismo y Catalunya

Josep Maria Espinàs, retratado el 15 de marzo de 2013 en su casa de Barcelona.

Josep Maria Espinàs, retratado el 15 de marzo de 2013 en su casa de Barcelona. / JOAN CORTADELLAS

Josep Maria Espinàs es, sin ninguna duda, el gran periodista en lengua catalana desde la recuperación de la democracia, al menos en lo que corresponde a la prensa escrita. Cuando EL PERIÓDICO decidió poner en marcha su edición en lengua catalana no hubo ninguna duda en que la credibilidad del proyecto pasaba por fichar a Espinàs como columnista diario, género en el que se había estrenado en lengua castellana, pero que cultivaba en catalán desde 1976 cuando se empezó a publicar el diario 'Avui', el primero en catalán desde la guerra civil. Espinàs ha sido el maestro del columnismo en esta lengua del que han bebido la mayoría de quienes en este momento lo practican. Su compromiso con el diario se prolongó hasta 2019 cuando su estado de salud le impidió continuar. Como en tantas otras cosas, se fue discretamente, sin hacer ruido.

La excelencia de Espinàs como columnista se desprendía de su sólida formación humanista que le permitió a lo largo de su vida realizar tareas tan dispares como ser creativo publicitario, polemista, letrista, músico, escritor de viajes o presentador de televisión. Pero en todas estas facetas logró la excelencia a partir de una afilada capacidad de observación y un dominio de la escritura, de la lengua y de la narrativa. Espinàs era capaz de exprimir una lección de vida del detalle más nimio de la vida cotidiana e incluso de escribir de algo tan personal como su experiencia como padre de una hija con síndrome de Down. Nada humano le era ajeno y a todo se dedicada con el mismo ahínco, alejándose siempre de la adulación a los poderosos y renunciando a todo protagonismo egocéntrico.

Espinàs, como Joaquim Maria Puyal en el caso del audiovisual, asumió además una tarea extraordinaria en la recuperación del registro periodístico de la lengua catalana tras los años de oscuridad vividos durante la dictadura del general Franco. Casi cuatro décadas de prohibición, obligaron a reinventar los giros y las palabras y a actualizar el genio de la lengua para conectar con los lectores. Espinàs realizó esta misión de forma hercúlea, sin que nadie se lo pidiera y sin recibir los agasajos oficiales que se hubiera merecido, entre otras cosas, porque no los buscó jamás.

Para EL PERIÓDICO ha sido un honor y un lujo publicar durante años la columna diaria de Espinàs, convertida con todo merecimiento en una de las señas de identidad del diario, un emblema de una cierta manera de entender el periodismo y Catalunya, poniendo siempre la conexión con el lector como primera exigencia y aportando siempre que es posible argumentos a favor de la convivencia sin que nadie tenga que renunciar a su identidad ni a su idiosincrasia. Espinàs fue un maestro en ese arte y el diario se sintió siempre bien representado en su columna diaria, como lo ha estado con otros autores. Siempre nos quedará la duda de si supimos transmitirle nuestro agradecimiento por ese trabajo y por esa aportación ya que perdimos algunas oportunidades como cuando fue candidato a Català de l'Any y el veredicto de los lectores fue otro. Espinàs lo encajó con su habitual flema británica, pero a nosotros nos quedó mal sabor de boca. El reconocimiento en el momento de la muerte es obligado pero, en este caso, es la ocasión de hacer lo que teníamos pendiente. Gràcies, Josep Maria!