La crisis de la vivienda

Esas mujeres que viven de renta antigua en Barcelona

Mujer

Mujer / Leonard Beard

Carol Álvarez

Carol Álvarez

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Ada Colau ha comprado para Barcelona dos bloques de viviendas que destinará a vivienda social pero no puedo evitar fijar la atención en otra protagonista para esta historia que se llama  Lluïsa. Es una mujer mayor que ha logrado salvar su forma de vida o lo que queda de ella: podrá seguir viviendo en su casa, que paga con un alquiler de renta antigua. La renta antigua es un precio irrisorio tal y como están los precios de la vivienda, y te retrotrae a tiempos tan antiguos como el concepto, renta antigua, que evoca a la Antigüedad, algo valioso, que la nostalgia ha embellecido o que nos contamos de padres a hijos desde el inicio de los tiempos, como que hubo antes pesetas y céntimos, también reales… Solo que Lluïsa existe en nuestro tiempo real, casi como un ser  mitológico que ha sorteado victorioso las trampas de cada modernización que ha supuesto un encarecimiento de la vida. Te cruzarás con ella o alguien como ella, en la calle o en el supermercado, y donde solo ves una persona mayor algo encogida, frágil, hay pasillos que se hacen eternos, techos altos, habitaciones vacías.

La vida de renta antigua es sobre todo de mujeres, porque son las que tienen mayor esperanza de vida, y solas, por lo mismo: sobreviven a sus parejas con más frecuencia. Más de 90.000 barceloneses de edad avanzada viven solos, solo se han de echar las cuentas. En una ciudad donde lo de comprar un piso ahora es una heroicidad, y antes, una forma de gestionar el dinero en desuso, porque la vivienda de alquiler era la barata y la práctica, el desarrollismo y las fiebres inmobiliarias posteriores agitaron el mercado inmobiliario, y el paisaje humano de la vivienda ahora es un 'patchwork' total: de ahí situaciones casi marcianas como las que protagoniza Lluïsa, con una vida casi de película,  en un edificio a ratos acorazado para evitar okupas. El propietario del bloque de pisos no quiere okupas y por eso blinda puertas y entradas, pero tampoco quiere una Lluïsa más, que le impide subir precios, planear operaciones ambiciosas con el solar, obtener más beneficios donde ahora solo tiene gastos de mantenimiento, que siempre suben de precio.

La legión de abuelas aferradas a sus rentas antiguas, a una forma de vida ahora imposible, tiene algo de sobrenatural. En sus viviendas imposibles, con largos pasillos y muchas habitaciones, el tiempo se ha detenido en una época en que el espacio tenía otro valor y no solo económico. 

La tendencia asiática

Es muy probable que nunca nos asalten las tendencias de vida asiáticas, aunque todas las otras modas llegan a oleadas y las asumimos con voracidad. Lo último que se lleva en Japón es la vida en pequeños habitáculos en los que ni siquiera hay baño. Hay un lavabo, pero para todo lo demás, aseos compartidos en el edificio  y en otros equipamientos de barrio. Los que promueven la iniciativa y los que la utilizan aseguran que ha sido la solución para reducir tiempo en limpieza del hogar, gasto en metros cuadrados de vivienda, ahorro de espacio, y al mismo tiempo garantizar unos minutos de tiempo compartido y socialización con los demás en los espacios compartidos esenciales. ¿Quién no necesita una ducha?.

Esas mujeres que viven de renta antigua en Barcelona son el último reducto de unos tiempos distintos, que se resisten a ser pasado, y en muchos más casos de lo que pensamos rehúyen la compañía y disfrutan la soledad a ratos largos. No hay necesidad básica que las obligue a relacionarse, más allá de la consulta al médico por sus achaques frecuentes. Tienen amigas, vecinos y rutinas. El combate contra la soledad indeseada es primordial, la defensa de otras formas de vida que nos ponen como un espejo ante otras realidades posibles, también merece que le dediquemos espacio en nuestras vidas. 

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