GOLPE FRANCO

El campo huele a orégano

LaLiga Santander | Barcelona - Villarreal. Lewandowski agradece el apoyo del público del Camp Nou tras anotar dos goles ante el Villarreal.

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Juan Cruz

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El Barça recupera la respiración. Se nota en el juego, en el modo de hablar del juego, en la capacidad para hacer de lo que pasa una narración y no una tragedia. Los directivos son menos audibles, los profesionales del asunto son los que llevan la voz cantante, y los futbolistas parecen, como su entrenador, seres normales, expuestos, como decía Kipling, al triunfo y a la derrota, pero conscientes que se sale de ambas imposturas. El Barça es, otra vez, un club normal, y eso es verdaderamente extraordinario.

El pulmón de los jóvenes alcanza a Lewandowski, que recupera la pasión cuando conviene, y así, poco a poco, asociándose con los muchachos, como un Kubala de entretiempo, va marcando diferencias (esa expresión la he aprendido oyendo la radio) hasta dejar atrás a sus más directos competidores. El juego es efectivo, no voluminoso pero suficiente, agradable de ver y estimulante, porque nadie, del portero (especialmente) hasta los que gritan para que les pasen la pelota, juegan al fin para el mismo equipo, y ríen o sollozan a la vez. Son un conjunto que no va de fiesta sino al final, si ganan. 

Es una buena combinación la que proviene de esa asociación entre el mayor, Lewandowski y los recién llegados a Su Majestad el Barça. En un tiempo, antes de que empezara a bajarse el equipo de los primeros planos de su antigua calidad, aquellos conjuntos en los que militaban Iniesta y Xavi, parecían bendecidos por la bondad del fútbol, hasta que el club y el equipo se hicieron vulgares, como se dice en una canción de Los Secretos, al bajarse de cada escenario.

Ahora hasta los reticentes acentúan su admiración con titulares que no solo certifican los triunfos sino las maneras del juego y elogian al equipo azulgrana. Hasta los más obligados, acaso por la política de proximidad que se practica en las tertulias, se rinden, al final de los partidos, a la evidencia de que estas victorias, que tantas veces son por la mínima, se deben al juego y no tanto al azar… o a los árbitros, que son invocados porque da más pereza analizar el fútbol que detenerse a pensar en cómo son o han sido los partidos. 

Es un tiempo feliz, como si el campo oliera a orégano. A veces, en el Barça de los peores momentos, se decía que no todo el monte era orégano, porque al campo accedían futbolistas que parecía que iban a ser la encarnación de los mejores del pasado y resultaba que no servían ni para el presente. Esa infeliz derrota a la que se abocó el club azulgrana fue situando al equipo en una situación de delirio y desdoro. Todo olía a podredumbre, también la directiva, que pasó por manos que es mejor no aventar de nuevo, por si vuelven los malos efluvios.

Ahora el entrenador, que es uno de aquellos que mejoró los vientos e hizo ganar títulos y alegrías, ha inaugurado un modo de ser que ya fue de su amigo Pep Guardiola. Consiste en hablar de fútbol antes y después de los partidos, es decir, con voz clara, mirando a la gente, diciendo por qué pone a unos y no a otros; por qué esta enfadado aquel o por qué pone a éste, en qué consiste una táctica y por qué optó por la otra. Algo a lo que nos está acostumbrando, de nuevo, pues ya se sabe que hubo aquel ilustre antecedente, a hacer recuento de los errores e incluso a avisar de las incertidumbres. Y es, esto es muy importante, un hombre que sonríe también cuando pierde, o cuando dice que quizá no va a ganar.

Es un tipo normal con una responsabilidad porque de él, es decir, del equipo que representa, depende la alegría de millones de seres humanos que en un tiempo creyeron, creímos, que el orégano no iba a florecer de nuevo sobre las tierras del edén perdido. Ahora el campo huele a orégano y me parece que yo estoy más feliz que otras veces.    

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