610,8 km

Obras para cargarse de paciencia

Aquellos que desean un aeropuerto ampliado que no canten victoria antes de tiempo

Viajero en un aeropuerto.

Viajero en un aeropuerto. / SHUTTERSTOCK

Martí Saballs Pons

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En el año 1989, el Puerto de Barcelona presentó un ambicioso plan director de expansión y desarrollo que se amplió en 1998 y se terminó en 2010. A la larga, permitió convertir esta infraestructura en una de las más importantes del Mediterráneo en términos de contenedores y número de pasajeros recibidos. Esta ampliación fue apoyada, sin ambigüedades, por todas las administraciones que gobernaban Barcelona, Catalunya y España. Fueron unas obras de gran calado que, entre otros movimientos, afectaron a la desembocadura del delta del Llobregat. El río se desplazó aproximadamente dos kilómetros dirección sur, con medidas compensatorias en el litoral, incluida playa de El Prat. En aquella época, casi nadie había oído hablar de La Ricarda.

Hoy, aquella obra sería implanteable o su ejecución tardaría diez años más con un exceso abrumador de burocracia y permisos. Como también hubiera sido muy complicada la construcción de la terminal 1 del aeropuerto de El Prat y, quién sabe, también de las rondas que rodean la ciudad. ¿El AVE? Seguro que también hubiese recibido oposición y no hubiera sido fácil su desarrollo. Por no hablar, ni siquiera, del desarrollo de otras infraestructuras viarias en el territorio. ¿Juegos Olímpicos? Por supuesto, ni hablar.

Es un ejercicio interesante, una bonita ucronía, pensar en la Barcelona (y Catalunya) que tendríamos hoy si el ambiente ideológico y político contemporáneo hubiera mandado en los estertores del siglo pasado. Los movimientos sociales varían y es una mayoría ciudadana, representada políticamente, quien acaba por diseñar indirectamente cómo y dónde quiere vivir. Es tan respetable la decisión de querer rodearse de un paraíso idílico, una hobbitolandia moderna, como de aspirar a reproducir Pudong -el neobarrio de Shanghái- en el Mediterráneo. Entre un extremo y otro, siempre quedan muchos equilibrios.

Ahora que el debate político en Catalunya -ya era hora tras diez años perdidos- ha vuelto a las cosas, reanudamos la pasión por las infraestructuras. Claro que, a diferencia del siglo pasado, con otros equilibrios y necesidades. PSC y ERC, con el apoyo de los Comuns, usan el verbo «modernizar» en vez de «ampliar» para intentar no quebrar sensibilidades. Bonita forma de mantener cierta ambigüedad sobre si, Ricarda y otras excusas mediante, el aeropuerto Josep Tarradellas podrá adecuarse a las necesidades del mercado aéreo. Una vez firmado el acuerdo de presupuestos empieza una nueva etapa que generará nuevos papeleos, ordenamientos y discusiones que irán para muy largo. Aquellos que desean un aeropuerto ampliado que no canten victoria antes de tiempo.

¿Respecto a la B-40? Igualmente. La voluntad presupuestaria existe, pero, como ocurre desde hace 50 años, el proceso de ejecución va camino de superar al del Corredor Ferroviario del Mediterráneo. Estará bien que los hechos superen a los acuerdos y deseos. ¿Y si no es así? Echar la culpa a Madrid o a Bruselas siempre sirve. 

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