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¿Ha nacido la confianza entre Illa y Aragonès?
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
El acuerdo entre PSC y Esquerra para que Catalunya tenga presupuestos en el 2023 es, en sí mismo, una buena noticia. Pese a la inestabilidad generada por la marcha/expulsión de Junts del Govern, la Generalitat podrá funcionar con normalidad cosa que impacta positivamente sobre la sociedad y la economía. De igual manera que lo hacen los presupuestos del Estado y de Barcelona que han sido aprobados con apoyos similares. Económicamente, estos presupuestos no tenían mucho misterio. El margen de gasto discrecional de la Generalitat es relativamente limitado y muy inercial. Lo que se ha hecho básicamente es aplicar los correctivos de la UE y de España a la inflación para sostener los servicios públicos. Lo que se aprobó este jueves no difiere de lo que dejó escrito Jaume Giró que ya estaba pensado para que lo votasen los Comuns y PSC. Políticamente, el asunto tiene muchas derivadas. El PSC recupera protagonismo y centralidad de acuerdo con su condición de primer partido del Parlament. Esquerra gana un año de legislatura con 33 diputados. Se rompe la política de bloques imperante desde hace una década. Y Junts hace el ridículo ante el propio espejo de su actual extravagancia: no vota unos presupuestos que ha hecho y vuelve a la pantalla del 2008 agitando el fantasma de un trupartito que ya no reivindican ni los que lo firmaron. La vida sigue pero ya no es igual.
Lo que pase en los próximos meses, el fantasma del adelanto electoral sigue ahí, depende de dos factores. El primero es la dinámica electoral. Cuando venza este presupuesto habrán pasado las elecciones municipales y las generales. PSC y Esquerra se miden en ambos frentes y la correlación de fuerzas en diciembre puede desencadenar más proximidad en el futuro o una ruptura abrupta con elecciones anticipadas en julio o en noviembre. El segundo es determinar si entre Pere Aragonès y Salvador Illa se ha fraguado una mínima confianza personal y política que no existía al inicio de la negociación. El lenguaje corporal en la firma del acuerdo haría pensar que no, pero el redactado final indica que sí, puesto que su cumplimiento depende de que se mantenga el compromiso en el tiempo. Solo esta confianza puede permitir soslayar los inicidentes del día a día con un gobierno sin sostén acordado. Veremos.
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