Mario Vargas Llosa: «No me arrepiento de nada»
Con Mario Vargas Llosa podría discrepar hasta el amanecer sobre asuntos políticos y, sin embargo, le agradezco infinitamente el disfrute lector, la maestría, la elegancia y la generosidad
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Pongo la cafetera al fuego. Enciendo el ordenador, que es como levantar la persiana de la mercería sin demasiada esperanza. Me siento a la mesa con la vaga idea de ganarme el plato de macarrones hablando sobre el desvanecimiento de las clases medias, pero me quedo pegada cual mosca del vinagre a la entrevista de Manuel Jabois a Mario Vargas Llosa en el diario ‘El País’, en unas de las primeras declaraciones del escritor hispanoperuano tras su separación de Isabel Preysler, la ‘queen of hearts’, y en vísperas de su ingreso, el jueves 9 de febrero, en la Academia Francesa. «No me arrepiento de nada», confiesa el Nobel sobre su ruptura sentimental. Bravo. ‘Non, je ne regrette rien’.
Las historias suceden. Las experiencias se viven, y ya está. «Oh, qué será, qué será, que anda suspirando por las alcobas…», se preguntaba la canción aquella. «Yo estaba muy enamorado de Isabel. Pero digamos, ese mundo no es mi mundo», declara el Nobel en otra entrevista con Maite Rico para ‘El Mundo’. «Eso lo veía hasta un ciego», le diría mi madre, que es muy suya, empleando la misma frase que usa conmigo cuando me he equivocado con un hombre. ¿Y qué? Me parece estupendo conservar la capacidad de dejarse llevar por la pasión a los 79 años, la edad que tenía el autor de ‘Conversación en la catedral’ cuando se anunció su relación con la ‘celebrity’. «Oh, qué será, que será, que no tiene gobierno ni nunca tendrá, que no tiene vergüenza ni nunca tendrá, porque no tiene juicio». Servidora, que anda opositando para bruja, detecta en el autor una leve pátina de tristeza en la mirada de las últimas fotografías, pero no me hagan demasiado caso. El miedo, el dolor, el desamor se curan (un poco) escribiendo.
EL FUEGO DE LA VOCACIÓN
«Vuelvo a estar en mi casa, rodeado de mis libros», dice el escritor, y esa es la única verdad porque no hay más patria que las páginas leídas. Con Mario Vargas Llosa podría discrepar hasta el amanecer sobre asuntos políticos y, sin embargo, le agradezco infinitamente el disfrute lector, la maestría, la elegancia y la generosidad. Pocos escritores han sido tan pródigos a la hora de compartir los secretos de cocina, las pocas certezas que se adquieren tras mucho sudor y bursitis de codo, hallazgos esparcidos en libros como ‘Cartas a un joven novelista’ y ‘La orgía perpetua’.
Vargas Llosa está atravesado por el fuego, como Flaubert, el mismo que le escribió a su amiga Louise Colet: «¿Por qué a medida que creo acercarme a los maestros el arte de escribir me parece más impracticable y estoy más asqueado de todo lo que produzco?». Todo lo demás es viento que pasa arrastrando el polvo del camino.
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