Limón & Vinagre | Artículo de Josep Maria Fonalleras

Bill Murray: el eterno Día de la Marmota bromista

Bill Murray se ha hecho famoso por las gamberradas que ha protagonizado y que han terminado, al menos por ahora, con la denuncia de una ayudante de producción y con el pago de 100.000 dólares a otra ayudante para evitar un juicio por "tocamientos no consentidos"

Bill Murray, en la película 'Atrapado en el tiempo'

Bill Murray, en la película 'Atrapado en el tiempo'

Josep Maria Fonalleras

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Mientras escribo este retrato de Bill Murray, miro la ceremonia anual del Groundhog Day, esa festividad en la que una marmota encerrada en un tronco de atrezo sale al exterior para anunciar si la primavera está cercana o si todavía tenemos para seis semanas más de invierno. Al parecer, dadas las predicciones del tiempo, el invierno aún tiene para rato, aunque aquí lo solucionamos por la vía de dichos populares y sin tanta parafernalia como en Punxsutawney, en Pensilvania. Aquí decimos que “si la Candelera riu, el fred és viu”. Ya que hemos tenido un sonriente y soleado jueves 2 de febrero, la primavera tendrá que esperar. La marmota ha predicho lo mismo, porque dicen que ha contemplado su sombra y ha vuelto, asustada, a la madriguera, aunque yo creo que esta pandilla de americanos gordos y dulzones se lo inventan, e incluso se inventan que la marmota se llama Phil, porque el Phil de verdad murió hace un año y ahora tienen a un sucedáneo. Se cumplen treinta años desde que Bill Murray protagonizó la película 'Atrapado en el tiempo', en ese Día de la Marmota que se hacía eterno y repetitivo. Siempre era lo mismo y a las 6 de la mañana sonaba siempre 'I GotYou Babe', mientras los días se sucedían todos igual hasta que el personaje llamado Phil Connors descubría que solo el amor y las buenas obras podían salvarlo de la rutina torturadora. No las bromas.

Sin embargo, la película que mejor define a Murray no es Esta, sino otra – 'Zombieland' – en la que solo hace un cameo. Es una comedia alocada sobre muertos vivientes, francamente divertida, aunque no te gusten las películas de muertos vivientes, en la que se interpreta a sí mismo, como ya ha hecho varias veces. El grupo de supervivientes humanos que viajan por Estados Unidos sorteando zombis se plantan ante la mansión de Murray (con una verja en la entrada con letras forjadas en oro: BM) y entran en su casa, sin contar que Bill Murray todavía está ahí. Se pasean por la sala de estar, con cuadros que recalcan la egolatría del propietario (una imitación de Andy Warhol con rostros coloreados del actor, por ejemplo) y se sientan en una sala de proyección, un pequeño cine privado, donde ven 'Los cazafantasmas', el otro gran éxito de Murray. Mientras tanto, él sorprende a dos de los supervivientes con un disfraz de zombi. Se asustan, pero descubren que es el Murray de verdad y luego se drogan y hacen ver que cazan fantasmas con una aspiradora. Todo era una broma, porque Murray tiene la teoría de que, si te disfrazas de muerto viviente, los auténticos muertos vivientes no te persiguen ni nada parecido. Cuando entran en la sala de proyección, otros supervivientes, dos jovencitos que miran la película, no se tragan la farsa (Murray grita y se mueve como un zombi) y disparan y lo matan. Mientras agoniza, le preguntan si se arrepiente de algo y dice: “Quizá de Garfield”, rememorando la voz de gato que interpretó dos veces. Y añade: “Nunca fui bueno bromeando”.

Y es que, más allá de interpretaciones majestuosas (la de Bob Harris en 'Lost in Translation', el retrato del hombre solo, incapaz de ser feliz, ausente y perdido en la soledad de un hotel), Bill Murray se ha hecho famoso por las gamberradas que ha protagonizado y que han terminado, al menos por ahora, con la denuncia de una ayudante de producción del rodaje de 'Being Mortal' y con el pago de 100.000 dólares a otra ayudante para evitar un juicio por "tocamientos no consentidos". Se suman a su historial otros episodios de acoso, insultos y desprecios, prepotencia y mala educación, que él siempre ha explicado en estos términos: “Hice algo que me parecía divertido y no lo entendieron así”.

Bill Murray vive en esa (su) broma eterna. Hay una película que habla de ello –'The Bill Murray Stories: Life Lessons Learned from a Mythical Man' – y también hay un libro – 'Cómo ser Bill Murray', en traducción al castellano – donde se describen mil y una aventuras. La más conocida es la del señor (él) que se detiene en un semáforo y roba una patata frita de un transeúnte y se la come. O la irrupción en fiestas, bodas y karaokes, o el día que hizo de camarero en un bar, frente a la estupefacción del personal. Su lema es: "No te van a creer”. Es decir, tengo carta blanca para hacer lo que me plazca, porque nadie pensará que soy capaz de hacer tantas animaladas. La propaganda del libro dice que lo hace para que “seamos personas más divertidas, menos robóticas y más profundas”. Él vive en el peculiar Día de la Marmota bromista.

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