Repechar el Tourmalet en una bicicleta estática
Sobre la supuesta honestidad de febrero, el peor mes del año
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Volvíamos de cenar a una hora tan prudencial que aún no había pasado el camión de las basuras. Íbamos conversando tres amigas, charla que te charla ya de recogida, cuando emergió entre los contenedores una bicicleta estática. La más joven del trío se emperró en probarla: el artefacto funcionaba de maravilla a excepción del visor digital que contabiliza tiempo, kilómetros, velocidad, calorías consumidas, pulsaciones y otras vainas prescindibles, puesto que la bici seguía cumpliendo con su función básica. En el turbocapitalismo que cabalgamos, ya se sabe, resulta más rentable desechar que reparar. Total, que acabamos cargando con el cachivache. Tras limpiarla con KH7, mi amiga empieza ahora la jornada con una sesión de pedaleo antes de salir para el trabajo. Una residencia de ancianos.
Me he acordado del episodio con el estreno de febrero, el túnel más difícil del año, una etapa que se parece bastante a repechar el paso montañoso del Tourmalet en una bicicleta estática o, peor aún, en una de aquellas bicis de piñón fijo, que perdían la cadena a cada pedalada. Febrero es un tránsito gris al que hubo que endilgarle dos metas volantes para sobrevivirlo, dos bailes de máscaras: el Carnaval y el Día de San Valentín. «Febrero es el peor mes del año, pero es un mes honesto porque no sostiene la vida mejor de lo que realmente es». La frase la introdujo un periodista norteamericano llamado Kevin Killeen en un reportaje para una tele local de Misuri, que se hizo viral el año pasado por estas fechas.
Una verdad terrible
En realidad, nuestro reportero era el hombre del tiempo. Pero un buen día de febrero, en lugar de hablar de borrascas y ventiscas, se le antojó elaborar con el cámara una pieza de timbre poético, reparando en la luz desangelada de los edificios de oficinas; en un paraguas olvidado en una papelera con las alas rotas; en los árboles mustios, «como si hubiera una verdad terrible oculta entre sus ramas».Y en el miércoles de ceniza (este año cae el 22 de febrero): «¿Qué otro mes podría contener un día festivo dedicado a recordarnos a todos que vamos a morir?». Un jefazo de la ironía, el tal Killeen. Aconsejaba no cortarse el pelo ni pasar la aspiradora en el mes que nos ocupa.
Pero estábamos en el Tour de Francia, remontando el Tourmalet con una carraca de bici. El periodista deportivo Alphonse Steinès mintió como un bellaco en 1910 para añadir sí o sí a la prueba ciclista el espectáculo del ascenso al puerto de montaña. Sin confesar las penalidades y el frío padecidos, mandó un telegrama a la redacción: «Tourmalet atravesado. Stop. Muy buena ruta. Stop. Perfectamente practicable. Stop». Steinès era un hombre obstinado y nunca se dio por vencido.
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