Ágora

¿Qué pasa con el festival de Pedralbes?

Parece que haya algo escondido que disfraza una inequívoca voluntad de cambiar los protagonistas

Icult   Festival Jardins de Pedralbes

Icult Festival Jardins de Pedralbes

Xavier Marcé / Joan Ramon Riera

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Cuando hablamos de emprender proyectos industriales todo el mundo sabe que el tiempo es importante y, por tanto, la Administración prepara concursos u otorga subvenciones con la anticipación necesaria. Cuando hablamos de cultura esta premisa igualmente imprescindible se desvanece como si la producción, contratación o simple comercialización fueran elementos que se pueden improvisar. Todos recordamos una anécdota (no puedo asegurar que sea cierta aunque ha hecho fortuna) en la que un antiguo presidente de la Generalitat, tras presenciar un espectáculo teatral de una famosa compañía catalana, bajó a camerinos a saludar a los actores y después de felicitarles les dijo: "Eso que hacen está muy bien, pero ustedes de que trabajan?" Hay quien pensará que la gestión de la cultura la hacen los que ganan mucho dinero y tienen tiempo libre.

El Festival de Pedralbes es un buen ejemplo de este desaire que hacen los administradores poco acostumbrados al funcionamiento de la cultura porque, después de dos años de prórrogas desconfiadas, la Generalitat saca un concurso para hacer un festival a cuatro meses vista y con unas bases auténticamente delirantes.

Vamos por partes. El Festival de Pedralbes es una iniciativa privada que nace hace diez años y que se ha consolidado con una programación musical de calidad, que reúne a intérpretes y grupos catalanes, españoles e internacionales bastante conocidos en un entorno amable donde es posible cenar, tomar una copa y escuchar antes o después de las actuaciones estelares propuestas musicales emergentes. Se trata de un formato habitual en poblaciones turísticas como Sant Feliu de Guíxols, Palafrugell o Sitges, entre otros. El mérito del promotor es el de haber iniciado una propuesta muy ensayada en entornos de veraneo en Barcelona, compitiendo con una oferta mucho mayor y diversa.

Con independencia de que el proceso de adjudicación inicial fuera discutible, lo cierto es que el promotor ha asumido el riesgo de un proyecto inexistente, al mismo tiempo que ha reclamado pública y privadamente que se iniciara un proceso concursal conforme a normas legales. A nadie le tiene que dar miedo participar de un concurso con la ventaja legítima del trabajo realizado en los últimos años.

Pero el concurso no se ha hecho hasta ahora, justo tres meses antes de empezar el festival de este año. Tarde y mal, dado que la Generalitat ha tenido tiempo de sobras para normalizar un proyecto sólido, deseado por la ciudad y sobre todo con la complicidad de unos públicos que lo llenan año tras año.

Uno no se puede sustraer a la historia, y por eso hay que suponer que un concurso para otorgar la gestión de un espacio y de un festival (por cierto, con un nombre que es propiedad moral de quien lo puso en marcha) debe analizar todo lo que ha aportado a la ciudad y que conviene preservar. Pero he aquí que el concurso sale con unos criterios de puntuación que duplican el canon que hay que pagar, le otorgan 50 puntos sobre 100 a quienes incrementen la oferta económica y 25 a quienes programen artistas catalanes, mujeres o nuevos talentos y además no se establece ningún tipo de colaboración con el Ayuntamiento de Barcelona, quien obviamente no forma parte del jurado.

¿Dónde se ha visto que la cultura funcione a destajo, circunstancia que obliga a rebajar la calidad de los artistas, que no importe el precio de las entradas o que se olvide el legado de un proyecto consolidado? Con independencia de quién acabe ganando este concurso, es un desbarajuste que su gestión no obedezca a ninguno de los criterios básicos de una política cultural: complicidad con el territorio, consolidación de experiencias y apoderamiento de los agentes implicados; más bien parece que haya algo escondido que disfraza una inequívoca voluntad de cambiar a los protagonistas.

Ya hace años que el permiso para hacer este Festival va dando vueltas. El Distrito de Les Corts ha hecho todo lo que ha podido para que no se pierda, siempre con complicidades más personales que institucionales del Govern, lo que confirma una triste realidad en el mundo de la cultura: la de solucionar hechos consumados en la medida en que las contrataciones y la venta de entradas se realizan con mucha mayor anticipación que la burocracia pública.

El Festival de Pedralbes no es un proyecto de política cultural pública (prueba de ello es la nula implicación del Departament de Cultura). Es una simple concesión de espacio público, como ocurre en Sant Pau para hacer un festival de luces, en la Sala Oval para hacer los Gaudí, en las calles del Gòtic para hacer la Fira de Santa Llúcia o en los jardines del Museu Marítim para celebrar la Navidad. Evidentemente, hay que adjudicarlo conforme a ley y al mejor proyecto, pero también se debería atender a los principios de proporcionalidad económica, prioridad a la mejor programación y colaboración con el territorio que lo acoge. Vamos, que no estamos hablando del Grec (por hablar de un proyecto de la política cultural municipal) o de la Fria de Cultura Tradicional de Manresa, por citar otra de la Generalitat.