Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras

Ahora lo sé

En su despedida, en el más allá donde se precipita, lo reencuentro y me reencuentro

Xavier Rubert de Ventós

Xavier Rubert de Ventós / THOMAS BOHLEN

Josep Maria Fonalleras

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No sé si Xavier Rubert de Ventós habrá sido "suficientemente bueno en los últimos momentos para pensar en los demás". Lo decía él mismo, en ‘Si no corro, caic’. Más allá de los "más allá donde me precipito", saber estar para los que se quedan en el más acá. De hecho, sí lo sé. Lo contaba su hija Xita en ‘La Vanguardia’ en un adiós intenso, discreto, doloroso y luminoso, lejos de esa prosa acartonada que quiere hablar con el difunto como si todavía pudiera escucharte. La hija habla de una comunicación diferente, “sagrada”, con quien ya hacía tiempo que no podía articular un discurso y que, sin embargo, en otro tipo de lenguaje, distinto al que Rubert había cultivado en el esplendor de su vida intelectual, se mostraba "inédito y mágico" o, como me ha confesado una amiga común, "lúcido en la penumbra".

Vuelvo a ‘Ofici de Setmana Santa’, un texto prodigioso, una auténtica poética, que se presenta como “la espuma”, ligera y nada pesada, de un libro que está escribiendo (seguramente ‘De la modernidad’), al mismo tiempo que toma notas, escolios íntimos que brotan casi sin querer (“sin dolor y sin deseo”) del trabajo más ingente y pesado de la reflexión filosófica. Es, quizá, el Rubert más genuino, el que fundamenta la teoría en la propia vivencia (“hago teoría para recordar experiencias”), el que se precipita por la pendiente de la lengua, de la verbalización, estrechamente ligada a un pensamiento que es “una silenciosa adecuación al ritmo y escala de las propias manías”. Abro de nuevo ‘Ofici de Setmana Santa’ y lo encuentro subrayado con lápiz y con una nota que dice: “Lo he vuelto a comprar; lo había perdido. S.S. del 82”. Recupero lo que ahora sé que son fragmentos capitales de mi vida, indicaciones sobre cómo escribir y qué esperar de la escritura. Aquellos subrayados atentos de hace 40 años eran un “hasta pronto”, como dice el propio Rubert. Al libro y a su presencia. Y son, ahora lo sé, los momentos en los que él, sin saberlo, pensó en mí. En su despedida, en el más allá donde se precipita, lo reencuentro y me reencuentro.

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