Cómo se cotiza el terror
Las sociedades libres se defienden con la norma y la fuerza. Pero en España nunca faltan analistas y políticos seráficos dedicados a relativizar el terrorismo, a contextualizarlo con lenguaje buenista
Valentí Puig
Escritor y periodista.
Nos conmociona el terrorismo cuando mata y destruye, pero casi al instante nos olvidamos. Es como desdeñar los esfuerzos y costes del Estado de derecho que tiene que defendernos de tramas terroristas y no cesar en la prevención del terror. Es su deber permanente, a menudo en las sombras y con coste elevadísimo. Se hace extraño que valoremos en tan poco un rasgo de la democracia liberal: la capacidad de vigilar al vigilante para que el binomio libertad-seguridad quede equilibrado. Es la disyuntiva capital: terror o libertad.
En Algeciras y donde sea, el terrorismo aniquila vidas humanas, busca derribar las torres más altas, inducir al gran miedo. Las sociedades libres se defienden con la norma y la fuerza. Pero en España nunca faltan analistas y políticos seráficos dedicados a relativizar el terrorismo, a contextualizarlo con lenguaje buenista. A veces se diría que ETA no existió nunca o que el atentado del 11-M o el ataque de las Ramblas fueron episodios desconectados de una confrontación en la que bregan a destajo los servicios de seguridad y de información. El contagio de esa desmemoria sistémica es la forma más cómoda de no mirar a la cara a quien se ha declarado tu enemigo. No mirarle a los ojos y no nombrarle es el inicio de una retirada. La identificación de los grupos salafistas que operan en España no es demonizar al islam sino todo lo contrario.
John Gray sostiene que, al igual que el comunismo y el nazismo, el islam radical es moderno, modelado por una ideología occidental, tanto como por tradiciones islamistas, aunque se declare anti-occidental. El salafismo participa de una concepción de la historia como preludio de un nuevo mundo, de una conducta humana purificada. Volvemos al mito de la perfectibilidad final. Donde se ubicaba la dictadura del proletariado, Irán propone la teocracia.
Después de trágicas confrontaciones, Occidente lleva siglos nutrido por la separación de Iglesia y Estado. De repente, un fanático islamista irrumpe con un machete en las iglesias de Algeciras. De acuerdo: el islam radical es el problema y el islam moderado es la solución. El problema consiste en que ese Islam radical existe y arraiga en el seno del islam moderado, a lo largo y ancho del mundo musulmán. Tan sólo los ángeles pueden ignorar que sin seguridad no hay libertad.
La posguerra fría fue un breve ensueño. Bin Laden la convirtió en pesadilla. En no pocas ocasiones los servicios de inteligencia han logrado que el terrorismo global islámico no disponga de armamento de destrucción masiva. Esa vocación teocrática del islam obstaculiza la hegemonía de los moderados. De los veintidós países miembros de la Liga Árabe, ninguno puede ser considerado integralmente un sistema democrático. En países del mundo musulmán, en pleno enfrentamiento entre sunitas y chiítas, el radicalismo islámico a veces obtiene el voto en las urnas para luego imponer un régimen de teocracia. En las tierras de nadie de la posguerra fría, el multilateralismo sigue siendo un decorado endeble. Mientras, algún Bin Laden sigue en su cueva, buscando los algoritmos de su venganza.
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