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La verborrea anticapitalista de Podemos

Ione Belarra y Pablo Iglesias se equivocan al demonizar a todo el empresariado, en un actitud impropia de un partido en el Gobierno

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belarra iglesias / Chema Moya / EFE

Gemma Martínez

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Ione Belarra es un disco rayado. La secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 repite una y otra vez las mismas consignas anticapitalistas, inspirada por Pablo Iglesias, su predecesor al frente del partido. Primero ataca a Juan Roig, presidente de la cadena de supermercados Mercadona, en un mitin. Le acusa de ser un capitalista despiadado, que aprovecha la difícil situación del país para hacerse de oro, y dice que hay que pararle los pies. Después, se explaya en una charla con Iglesias y plantea si el capitalismo no es despiadado por definición, «porque se basa en la acumulación de bienes y dinero por unos pocos cuando muchos otros sufren». 

La verborrea anticapitalista de Belarra es insufrible e inadmisible en una representante del Gobierno, por mucho que esta creencia esté en la base de su ideología y que 2023 sea un año electoral. No es de extrañar que otras partes del Ejecutivo hayan pedido a la dirigente de Podemos que rebaje el tono y hayan defendido al empresariado español. De poco parece haber servido, después de que otro miembro de su partido haya acusado a Roig este sábado de ser un monopolista que estrangula a las pymes.

Estamos ante un caso de libro de maniqueísmo, aquella corriente que clasifica a las personas y los objetivos como buenas o malas sin matices ni términos medios. Conviene evitarla y no demonizar al conjunto del capitalismo, que puede ser transparente, competitivo, inclusivo, consciente, sostenible, innovador, ético y justo. Que puede generar beneficios, riqueza y crecimiento equitativo para accionistas, empleados, proveedores, clientes y comunidades. Que puede pagar impuestos donde debe, combatir las desigualdades, promover la diversidad y cuidar el planeta

Tan infantil es creer que todo capitalismo es satánico como que todo es como el que acabamos de describir. Las malas prácticas, si existen, han de denunciarse con firmeza, pero sin generalizaciones injustas ni llamadas a parar los pies.

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