Demasiado perfecto
Me gusta esa sucesión impecable de expectativa, júbilo, desgana, fragilidad, emoción, flaqueza, chasco, felicidad, empacho, aburrimiento, belleza. La perfección tiene difícil manejo
Juan Tallón
Escritor.
Me gusta cuando algunas mañanas de sábado o domingo, temprano, llevamos a nuestra hija a una carrera de atletismo, y en realidad a mí me apetece más quedarme en la cama. Me gusta ponerle música en el coche, por el camino, y darle medio plátano, porque al pelarlo me entra el hambre y la otra mitad me la tengo que comer yo. Me gusta cuando le coloco el dorsal con imperdibles y le ato bien las zapatillas, y le pregunto si tiene frío y dice que sí, y me da pena porque nos olvidamos de los guantes. Me gusta verla calentar con el resto de compañeros del club, y pensar que esta vez recordará arrancar la carrera tranquila, dejando fuerzas para la última parte. Me gusta cuando escucho el disparo de salida, y hace justo lo contrario, y sale a tope desde el principio.
Me gusta cuando pasa por delante de mí, y escucha mis gritos animándola, mientras grabo su paso en el teléfono con una mano, y le hago gestos con la otra para que aminore el ritmo, y se vuelve y me saluda. Me gusta cómo un poco más adelante se adentra en los charcos y el barro, y cabecea de cansancio, y se cae y se levanta. Todo me gusta. En especial me gusta cuando va penúltima, y mira hacia atrás, y advierte que el niño más bajito y joven de la carrera se acerca, y la adelanta, pero ella no se inmuta. Me gusta cuando enfila la recta final en ultima posición, y vuelve a mirarme y, pese a la extenuación, sonríe e intenta saludar de nuevo, pero no tiene un gramo de fuerza.
Me gusta muchísimo cuando cruza la meta, con los pies encharcados, llorando de frío, y muy contenta. Me gusta cuando le digo que me olvidé también de traerle ropa seca, y camino a casa ponemos la calefacción a tope y nos mareamos. Me encanta cuando al mediodía, como recompensa, vamos a comer al italo-gallego que tanto le gusta, y pide los 'finger de cocco pollo' con «salsa galleguita star» y patatas fritas, y al acabar estamos tan empachados que nos sentimos pesadísimos y al volver a casa nos tiramos en el sofá a ver una de esas pelis infantiles que aborrezco.
No me gustaría que el día fuese mejor. Por otra parte, es casi imposible. Me gusta esa sucesión impecable de expectativa, júbilo, desgana, fragilidad, emoción, flaqueza, chasco, felicidad, empacho, aburrimiento, belleza. La perfección tiene difícil manejo. Recuerdo cuando Hitchcock quiso rodar el misterio prefecto, fascinado por las fábricas de Ford. Trabajó en una escena dialogada entre Cary Grant y un contramaestre ante una cadena de montaje. Detrás de ellos, el automóvil empezaría a ajustarse pieza a pieza, desde cero. Al final del diálogo, Grant y el empleado se volverían a contemplar el coche totalmente montado a partir de un simple tornillo, y comentarían: «¡Es formidable, eh!». Y en ese instante, abrirían la puerta del automóvil y caería un cadáver. Era una idea maravillosa. Pero se suscitaba un problema. ¿De dónde había salido el cadáver? Del coche no, porque al principio de la escena no era más que un tornillo. El cadáver había salido de la nada. La idea era tan bella que Hitchcock no logró integrarla en la historia.
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