Artículo de José Manuel Pérez Tornero

La nueva autocensura

Nada desinforma más que la servidumbre obligatoria y su auto-silenciamiento

Protesta por la libertad de prensa y contra la censura en Polonia, 2018.

Protesta por la libertad de prensa y contra la censura en Polonia, 2018. / Shutterstock

José Manuel Pérez Tornero

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Se habla mucho, últimamente, de la amenaza que supone la desinformación para las democracias. Sin embargo, hay un fenómeno menos estridente que puede erosionar, más si cabe, nuestras libertades. Se trata de la autocensura, un síndrome que empieza a afectar seriamente al periodismo y está poniendo en jaque la autonomía editorial y la independencia profesional. No hay periodista que no lo haya experimentado alguna vez. 

Empieza por la sensación que los periodistas tienen de que, cada vez más, están más vigilados. Son muchas las personas que tutorizan su labor: asesores de comunicación que les sugieren temas y enfoques; 'spin doctors' que les indican cómo encuadrar en marcos mentales los hechos; y auténticas jaurías de 'odiadores' profesionales que no perdonan ningún supuesto desliz ni nada que atente contra sus dogmáticos idearios y que tienden a perseguir con especial ferocidad a las mujeres periodistas.

La siguiente etapa del síndrome es sentir miedo y temor ante esta vigilancia y acoso. Miedo a que, a propósito de cualquier tema informativo -una huelga de sanidad, la violencia machista o una manifestación-, al periodista le sobrevenga una bronca descomunal de parte de alguno de sus innumerables vigilantes, un ciberacoso de proporciones inusitadas o, incluso, el despido.  Y, por supuesto, del temor a la autocensura hay un paso muy pequeño. 

De aquí que este silenciamiento, forzado y autoadministrado, se haya ido convirtiendo en el nuevo fantasma que recorre los medios y las democracias del mundo entero. 

De EEUU a Europa

Sucedió en EEUU. Allí, Trump -al tiempo se sirvió de la FOX para amparar su discurso antidemocrático- inició una insólita persecución contra periodistas que ha dado lugar a que mucha docilidad mediática se haya instalado en los medios como una patología casi endémica. 

Igual pasó en Brasil con Bolsonaro. Y, con estrategias parecidas, también la autocensura ha ido avanzando en México, y en muchos países centroamericanos, en los que la política corrupta se conjuga fácilmente con el narcotráfico y con todo tipo de mafias.  Sin embargo, lo más grave es que este fantasma del auto-silenciamiento empieza a recorrer Europa.

Ya en 2018, el Parlamento Europeo advirtió de que “el riesgo y la frecuencia de las injerencias injustificadas (en medios) aumentan el temor entre los periodistas. Lo cual puede comportar un alto grado de autocensura, y socavar, así, el derecho de los ciudadanos a la información y la participación”.

Pero pese a la advertencia, en el 2022 se pudo constatar -a través del informe sobre pluralismo mediático- que el deterioro ya se había producido. Casi ningún país europeo -salvo Alemania y algún país nórdico- estaba libre de él. Francia, Italia y Portugal, entre otros, se encuentran en un riesgo medio. Y la mayoría padecía un riesgo alto. Y, lamentablemente, España se halla alineada con estos últimos, junto a Polonia, Hungría, y otros países de los Balcanes. ¿Cómo es posible actuar contra este deterioro?

Luchar contra la autocensura

No hay ninguna duda: convirtiendo la lucha contra la desinformación también en una decidida batalla contra la autocensura. Porque nada desinforma más que la servidumbre obligatoria y su auto-silenciamiento. También, tratando de acabar con la voracidad política, con ese afán propagandístico -de derechas o de izquierdas- que no sabe respetar el auténtico periodismo sino que, al contrario, pretende convertirlo en la aguja hipodérmica con la que inocular narrativas falaces.

Promoviendo, al mismo tiempo, un espacio público abierto, diverso y confiable, que actúe como salvaguarda cívica ante el sectarismo. Y que sea un foro de racionalidad y de entendimiento. Y alentando, para ello, la alfabetización mediática de la ciudadanía: para que sea capaz de diferenciar entre la charlatanería y el discurso veraz.

Pero, sobre todo, empoderando el periodismo y a los periodistas. Protegiendo sus derechos y sus códigos de conducta. Y tratando de acabar con esa precariedad laboral que los hace muy vulnerables.Todo ello es y debe ser una tarea de estado. Porque sin periodistas y sin medios con autonomía editorial no puede haber democracia. 

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