Limón & Vinagre | Artículo de Josep Maria Fonalleras

Maria Branyas Morera: Más de 42.000 días en la Tierra

Está ahora en el libro de los récords y vive en el mundo de la memoria fructífera, sin atreverse a dar consejos

Maria Branyas, en la celebración de su 115 aniversario

Maria Branyas, en la celebración de su 115 aniversario / Twitter

Josep Maria Fonalleras

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La niña de siete años que posa ante el fotógrafo, en Nueva Orleans, en 1914, la niña que observa aquella cámara, quizás una Contessa Nettel con placas de cristal, en el estudio del fotógrafo, es la misma mujer de ciento quince años que mira al objetivo de la cámara digital, quizás un teléfono móvil, en la Residencia de Santa Maria del Tura, en Olot, en 2023. La sonrisa de Maria Branyas es la misma, una ligera inclinación de los labios finos, tensados con timidez en las comisuras, y también la mirada es idéntica, unos ojos inquietos y a la vez serenos. La niña María tiene un peinado a la manera del Príncipe Valiente, una especie de casquillo que le cubre la cabeza, con el flequillo a la altura de las cejas. La bisabuela María tiene el pelo blanco, pero ahora lo lleva levemente teñido de un gris discreto, todavía voluminoso y elegante. La niña lleva un traje blanco, por encima de la rodilla, con calcetines hasta media pierna y zapatos de charol. La bisabuela, una blusa de color beige con una B (de Branyas) bordada en un bolsillo y una rebeca. La niña María está rodeada de padres y hermanos (dos chicas y un chico); la bisabuela María, sola, sopla las velas, un 3 de marzo, ciento quince velas simbólicas (un 1, un 1, un 5), mientras, fuera de cámara la observan dos hijos (otro falleció con más de 80 años), once nietos y trece bisnietos.

Esta señora (esa niña) acaba de convertirse en la persona más vieja del planeta, una circunstancia azarosa que no depende sólo de la propia longevidad, sino de la resistencia de las demás congéneres (las supervivientes, todas son mujeres) que figuran en la clasificación que establece el Gerontology Research Group, una organización afiliada al Libro Guinness de los Récords. Como dice ella misma, a través de una cuenta de Twitter (Super Àvia Catalana, @MariaBranyas112) gestionada con alegría y delicadeza por sus familiares, “no hay nada extraordinario; no he hecho nada, ningún mérito, sino vivir”. Sin embargo, resulta que en este “vivir” se incluyen una Guerra Civil y dos Guerras Mundiales, una gripe española y otra pandemia mundial (que ella superó, asintomática), millones de muertes, extraordinarias desgracias. Y momentos. "Yo no puedo hablar de días, horas o minutos, porque mi vida son momentos", decía Maria Branyas en la última felicitación de fin de año. Poco antes, en Navidad, hizo suyos unos versos de Martí i Pol en los que se habla de “reposar los ojos en los objetos cotidianos, para descubrir con asombro que ni sabemos cómo son de tanto mirarlos”. O, como dice ella, “siempre hay cosas nuevas que aprender”.

Maria Branyas, ahora, la más longeva, nacida en San Francisco pocos meses después del famoso terremoto, quizá rememora los días que jugaba al tenis en Banyoles (como si fuera la protagonista del poema de Carner, con esa “paz dominical tan relajada” y la “cara angelical”), o la mañana de 1930 en la que se casó con Joan Moret, médico de Llagostera, o los ratos de recreo a orillas del lago, con un traje floral, o los conciertos de piano (aprendió música en el Conservatorio del Liceo) en su casa de Palol de Revardit o en la misma residencia de Olot, cuando ya casi tenía cien años. Y es muy probable que también piense en su huida a Francia, en 1939, escondida con sus hijos en un camión, o en esa travesía de 1915 que debía llevar a toda la familia de regreso a Catalunya y en la que, a bordo del barco 'Catalina', murió, víctima de la tuberculosis, su padre, un pamplonés que en Estados Unidos editó una revista cultural, de nombre 'Mercurio', con colaboradores como Unamuno o Pérez Galdós y con una tirada de más de 300.000 ejemplares.

Maria Branyas está ahora en el libro de los récords, pero vive instalada en los más de 42.000 días de recuerdos que la contemplan. Vive en el mundo de la memoria fructífera, sin atreverse a dar consejos. En cualquier caso, solo los elementales: “una vida ordenada, socialmente muy agradable y sin excesos, lejos de las personas tóxicas, sin remordimientos, y que cada uno cuide de su vida lo mejor posible: yo no soy ninguna autoridad”. Y añade, con una punta de ironía, que tiene "las pequeñas molestias que todo el mundo puede tener". Y concluye el discurso de la longevidad con la máxima que preside su escaparate público: "Soy muy vieja, pero no idiota". Y confiesa que come poco, pero que come de todo (“nunca he estado a régimen”) y que no hay nada como el yogur. El próximo marzo llegará a los ciento dieciséis. ¡Y que cumpla muchos más!

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