Jacinda Ardern no puede con su vida
La renuncia de la primera ministra de Nueva Zelanda es una pésima noticia para las mujeres, para el avance igualitario en terrenos vedados que pueden resumirse en el concepto ‘poder’
Pilar Garcés
Periodista
Dice el aforismo que si quieres que algo se haga se lo pidas a una mujer ocupada. Igual ha llegado el momento de dejar de pedirles tantas cosas a las mujeres ocupadas, y empezar a repartir tareas, responsabilidades y marrones. «No puedo con mi vida», reza el lema de una de las sudaderas más vendidas estas Navidades. Si te la ha regalado alguien que jamás se ofrece a echarte una mano, malo. Y peor si, como me pasó a mí, estás a un 'click' de comprártela para ti misma porque te ves muy representada, hasta que te das cuenta de que presumir de existencia arrastrada no resulta tan gracioso. Gracioso es ver de nuevo 'La vida de Brian', un asunto pendiente desde hace demasiado tiempo, o la sobremesa de la comida con las amigas que pospones y pospones. Si dices «no puedo con mi vida» con una sonrisa y un guiño estás buscando que te endosen otra tarea más, y la harás con eficacia. El cansancio, la única medalla que nos ponemos con orgullo. Parece que solo podemos vivir agotadas, pero no.
La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, anunció hace una semana su dimisión porque se ha quedado sin energía para desempeñar el cargo. Quiere volver a ser madre, hermana, novia y ciudadana, cosa incompatible con la política al más alto nivel. El trabajo de dirigir un país requiere un depósito lleno, e incluso la reserva, dijo, y a ella se le ha vaciado. Tiene 42 años, un prometido que la apoya y una hija de 4 años a la que ve poco. Quiere esa parte de su vida a la que ha tenido que renunciar por la exigencia de su tarea pública. De ella hemos admirado su liderazgo femenino, que no equivale al liderazgo de siempre, pero ejercido por una mujer. Empatía, amabilidad, cercanía son las virtudes de su marca; siempre encontró un hueco para los términos «amor» y «amabilidad» en los discursos. Ha pilotado con eficacia y aciertos su pequeño país desde 2017, y se ha quemado. Una pésima noticia para las mujeres, para el avance femenino igualitario en terrenos habitualmente vedados que pueden resumirse en el concepto ‘poder’. Seguro que se hubieran podido recortar las reuniones interminables, los informes kilométricos, las recepciones con el embajador y demás asuntos vitales de gobierno para que Jacinda Ardern cenase con su niña y le leyera un cuento, y luego tuviese tiempo para una charla con su madre, hacer un sudoku y disfrutar de un sueño reparador. Una puede simplificar su vida hasta dejarla en el chasis, mientras el trabajo ineludible crece a su alrededor, pero también las chorradas perfectamente prescindibles. El poder es para gente entregada, sin horarios y adicta a la trepidación. Personas cuyo ejemplo no va a cambiar el mundo, y de eso se trata.
Desde hoy hay un hombre al frente de Nueva Zelanda, todo en orden. También es laborista, Chris Hipkins, y joven, 44 años. Como ministro de Educación de Ardern, debe estar acostumbrado a trabajar a destajo y al escrutinio, pero sabe que no recibirá el «trato abominable, y el abuso contra ella y su familia» que denunció sobre su predecesora. Ese plus de acoso y falta de respeto que la caverna concede a las mujeres ocupadas, inteligentes y dulces, especialmente cuando se toman un respiro. Por aquí lo hemos visto hace unos días con la campaña contra la vicepresidenta Yolanda Díaz, fotografiada leyendo mientras le hacían la pedicura. Insultada y ridiculizada por dedicarse un rato, porque el machismo desconoce la vergüenza ajena. «Soy humana», dijo Jacinda Ardern en su despedida. Y quiere ser un poco más feliz, está en su derecho.
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