Jamón ibérico, siesta y vino de Jerez
Sobre el señuelo de ‘The Washington Post’ para los nómadas digitales en España
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Hará cosa de un par de años, el escritor Miguel Ángel Hernández reivindicó las beatitudes de una cabezada tras el almuerzo en ‘El don de la siesta’. Y a fe que si el hábito llega a dominarse y no al revés, ese sueñecito tontorrón reconcilia el cuerpo con su biología, multiplica la jornada en dos y, sobre todo, dedica una peineta colosal a la obsesión mercantilista de la productividad. El reposo después de la comida está mal visto. Se considera el privilegio inútil de gente ociosa; y quizá también viceversa, la regalía ociosa de gente inútil. Aquí somos muy partidarios de la siesta, claro, pero al mismo tiempo nos preguntamos quién puede permitírsela, asalariado o autónomo, como no sea en domingo, deconstruido en el sofá después del pollo asado. Y encima, hay que sobreponerse después al ramalazo de melancolía.
Todo lo cual viene a cuento de un artículo publicado esta semana en ‘The Washington Post’, una pieza que utiliza la siesta, el jamón ibérico y el vino de Jerez a manera de reclamo para asentarse en España como nómada digital. Hombre, el jugo destilado de la uva nos encanta, vaya que sí, casi tanto como al filósofo francés Jean-François Revel. Y cuánta felicidad promete el ibérico de bellota, rotundo, palatal y tan ‘nutty’, que dirían los anglosajones, pero tan poco asequible, el bueno, para el común de los hogares a 15 euros los cien gramos.
SABER CÓMO VIVIR
«Los aproximadamente 47 millones de habitantes en España —dice el periódico norteamericano— saben cómo vivir, y ahora los trabajadores remotos pueden postularse para unirse a ellos». Me preocupa, la verdad, el sintagma «saben cómo vivir» por un exceso de responsabilidad metafísica sobre los hombros, pues el aprendizaje compromete toda una existencia. Aterrizas en la pista del circo sin libro de instrucciones y, cuando crees vislumbrar de qué va el asunto, hala, hasta luego, Lucas. De todas formas, no parece que el rotativo esté por honduras, pues ilustra el texto, firmado por Natalie B. Compton, con fotos del ‘tardeo’ en una terraza de Madrid y con otra de un par de paisanas en la playa de La Concha, en San Sebastián, en pleno enero.
El artículo aparece después de que el Congreso de los Diputados aprobara, el pasado 1 de diciembre, la llamada ley de las ‘startups’, que, además de otras medidas, ofrece un visado de un año a estos teletrabajadores volanderos. Entre los requisitos, estar limpio de antecedentes penales y con una nómina de entre 2.000 y 3.000 dólares mensuales. No hace falta aprender el idioma. Nada que objetar, allá cada cual con su rumbo, solo que estos nómadas digitales, con sueldos mucho más elevados, revientan el mercado inmobiliario y no hay quién encuentre un piso decente en Barcelona o Madrid, por los precios y la elevada demanda. Otra vuelta de tuerca digital a la gentrificación.
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