Ágora

Desnutrición: el lastre de la policrisis de la infancia

Estamos ante una emergencia global e histórica que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial

Child mortality in Chad

Child mortality in Chad / PEP BONET

Quima Oliver i Ricart

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Abdulá no se despega del regazo de su madre ni un segundo. Ella no puede reprimir la felicidad de saber que en cuestión de minutos la llamarán para darle las últimas indicaciones médicas y el alta. Volver a casa, tras superar un ingreso de días o semanas en la unidad de desnutrición de un centro de la capital del Chad, es una alegría que se dibuja en el rostro de todas las madres que, con sus hijos y bártulos encima, atraviesan la puerta del hospital hacia la calle.

Pero este no es un relato con final feliz que puedan contar todas las madres. Muchos niños y niñas no llegan a tener acceso a estos servicios porque no están a su alcance, porque no tienen los recursos ni los medios para desplazarse hasta ellos o porque las madres no son conscientes del estado crítico de sus hijos e hijas hasta que es demasiado tarde. Otros muchos llegan en condiciones tan frágiles que la recuperación se convierte en un reto imposible.

Cuidar a su bebé en el hospital, estar a su lado para ayudarlo a superar el umbral de la desnutrición aguda grave implica tiempo, un tiempo que una madre resta a los otros hijos que ha dejado en su hogar. La preocupación principal de una madre en países como Chad es “cómo alimentar a mis hijos hoy”, visto sin la mínima proyección de futuro sino como una necesidad inmediata a la cual tener que hacer frente día a día.

Sin embargo, en el caso de Abdulá, como en muchos otros, la clave para la recuperación ante el cuadro de desnutrición aguda ha sido el tratamiento con el alimento terapéutico: una pasta a base de cacahuete enriquecida con leche en polvo, aceite y una combinación de vitaminas, minerales y azúcar. Una mescolanza de sabor dulzón y agradable a las papilas de los más pequeños que consigue que en cuestión de seis a ocho semanas recuperen su peso normal. De ahí la alegría al final de ese periodo.

A ello se pueden sumar otros complementos vitamínicos y alimentarios, como las harinas fortificadas, pero sobre todo cobran importancia en ese momento las orientaciones a las madres para que aprendan a detectar los primeros síntomas de desnutrición, cómo preparar comidas nutritivas y adquieran hábitos saludables de cuidado de sus bebés.

En Chad, como en otros países del Sahel y el Cuerno de África, la desnutrición está causando verdaderos estragos y provoca, en contra de la tendencia y los avances logrados en las últimas décadas, que la mortalidad infantil se esté disparando por las repercusiones, además, de enfermedades como la diarrea, el sarampión y la malaria.

Para ponerlo en cifras: uno de cada 10 niños no cumplirá los 5 años. Uno de cada 10 niños menores de 5 años padece desnutrición aguda –o lo que es lo mismo: 1,8 millones– y entre estos, el 2% –380.000 niños y niñas– sufren desnutrición aguda grave, la forma más letal de desnutrición y una de las principales amenazas para la supervivencia infantil. Nueve de cada 10 no come lo suficiente y no tiene acceso a alimentos nutritivos y variados.

Detrás de cada cifra hay un nombre, como Abdulá. También, detrás de cada cifra hay serias consecuencias en su crecimiento y desarrollo porque disminuye sus capacidades y los somete a un mayor riesgo de enfermedades y muerte. El impacto hace que las disparidades de retraso en el crecimiento de los niños de entre cero y cinco años sean particularmente pronunciadas.

A día de hoy, muchos países del Sahel y el Cuerno de África están expuestos no solo a una crisis de inseguridad alimentaria, sino a muchas otras que se entrelazan: la devastación por desastres naturales y sequía a causa del cambio climático, la inestabilidad política y económica, el incremento de los precios de las materias primas y la inseguridad que provoca el desplazamiento de población, sobre todo de mujeres y niños. La guerra de Ucrania se hace sentir tanto por los problemas de abastecimiento de cereales como por el creciente encarecimiento de los productos más básicos, entre ellos el pan, cuyo precio se ha incrementado hasta un 50%.

Se trata de una policrisis que expone a la infancia a una situación insostenible. De hecho, Unicef ya ha alertado de que estamos ante una emergencia global e histórica que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Y su llamamiento también es histórico: casi 10.000 millones de euros para atender a la infancia más vulnerable.