Arenas movedizas

Alves siempre saludaba

Hasta un sospechoso de violación cultiva una imagen pública basada en la proyección idealizada de la excelencia y las buenas acciones

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Jorge Fauró

Jorge Fauró

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Les recomiendo que den una oportunidad a 'Rapa' (Movistar+), un interesante 'thriller' cuya acción transcurre en un 'concello' gallego. Un día (va 'spoiler') aparece un señor con el cuello roto, un tipo vulgar, al parecer inspector de montes que, hasta que muere, se pasea durante toda la serie tocado de vaqueros, lustroso, camisa de 'sport' y cazadora de cuero, vulgo ‘casual’, bien vestido, pero informal, que mantiene el mismo terno para ir a trabajar, para acudir a su partido de fútbol sala o para maltratar a su pareja, que de eso va su personaje, y nadie, por ser francos, derrama una sola lágrima cuando lo matan. El día que lo entierran lo muestran en el ataúd tocado de domingo, con traje y corbata, tejido fino, bien combinado, puede que alpaca, quizá no de Zegna, aunque de utilería bien conseguida, elegante, cual concejal en día de procesión de la patrona. Como un pincel. 

Tiene buen cartel en el pueblo, se ignora que sea un maltratador, y en lugar de enterrarlo con su 'outfit' habitual —tal que de ordinario sacudía a su esposa—, con sus 'jeans' de a diario y la chaqueta panamá, incluso con la camisola de las pachangas del futbito, las zapatillas antideslizantes para el parqué y sus medias de jugador, lo mandan al otro barrio vestido de novio y como en realidad no era, como si del 'concello' en que muere viajara directo al Valhalla, pese a tratarse de un tipo antipático, chulo y más bien huraño que pegaba a su mujer, que ahora le despide entre sollozos. Lo importante es que no se sepa lo que hizo en vida.

Ya no hace falta que nos vistan de traje en el ataúd. Para eso están las redes sociales, que muestran en vida una versión idealizada del personaje que interpretamos

A menudo nos mostramos (nos muestran) como lo que no somos, como si en nuestra exposición pública rogáramos por una oportunidad postrera para expiar nuestras culpas, tratando de dejar en la memoria de entre los vivos una imagen mejorada de nosotros mismos e intentando desterrar la división de opiniones que atesoró nuestro paso por la Tierra. Al tipo que yacía dentro del ataúd no le sirvió de mucho. «Era un cabrón», sentencia una de las protagonistas.

Al otro barrio deberíamos marcharnos como vinimos, desnudos y como lo que fuimos en vida. Sería un último gesto de honestidad para nosotros y para las personas que dejamos. Desde el momento en que nacemos, la cuestión es cuánto tiempo permaneceremos en este mundo y cómo aprovecharemos ese microscópico paso nuestro por la existencia. A lo largo de la vida somos las cosas que hacemos, los afectos que profesamos, los tránsitos que sufrimos, los libros que leemos, la felicidad, el dolor y mucho de apariencia (siempre saludaba). Aparentar hasta el momento final representa el intento desesperado de convencer a la parroquia de lo que realmente no éramos. Casi siempre en vano.

Ya no hace falta que nos vistan de traje en el ataúd. Para eso están las redes sociales, que muestran en vida una versión idealizada del personaje que interpretamos. Más guapos, más delgados, más solidarios, como esos famosos que se fotografían junto a niños de África a los que no volverán a ver. Y así llegamos a Dani Alves. Siempre saludaba. La fama y el dinero no le hacen a uno diferente del pobre y del anónimo. Su exposición pública interpreta un mundo idílico de pompas de jabón. Alves tocando la guitarra, Alves con Lewis Hamilton, Alves haciendo carantoñas a un bebé, Alves mirando al sol porque «el sol es muy grande y hay rayos para todos los que lo buscan», Alves con su madre haciendo el papel de buen hijo. Incluso el día de autos en que supuestamente sucedieron en una discoteca de Barcelona los hechos por los que ahora está en prisión, el futbolista publicó en sus redes una entrañable foto con Pelé, consenso de las más altas cualidades.

La apariencia. Mostrarnos al mundo y a nosotros mismos como quisiéramos ser y como deseamos que nos recuerden. Pero incluso en este tipo de operaciones de maquillaje de alta escuela cometemos alguna imprudencia. «No sé con qué especie de ‘man’ ustedes están acostumbrados a lidiar, pero este [de] acá es un chingón muy verraco que no desiste nunca», escribe Alves dos días después del suceso. La justicia determinará el futuro de Alves, si es culpable o inocente, si es el violador que asegura su víctima o es un chingón muy verraco que no desiste nunca; si ha mantenido engañados a toda la legión de aficionados que le adulan y están en 'shock' (querido Xavi…) o es el hijo y marido amantísimo cuya imagen expone. En este extraño mundo en el que ya nada es verdad ni es mentira, solo estoy convencido de una cosa: el día del juicio acudirá con su mejor traje.

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