El perreo como bella arte
Será que los adultos de ayer eran más liberales. Los jóvenes, en cambio, eran igual. Lo único que siempre han querido es que sus mayores les dejen en paz
Albert Soler
Periodista
Los adolescentes perrean y a algunos adultos no les gusta, serán animalistas a quienes les ofende que se relacione un baile sensual con los chuchos, que puede que dejen la ciudad hecha un asco, pero jamás se les ha visto bailar, o sea que un respeto. Es el único motivo de escándalo que alcanzo a entender, puesto que, según he podido observar, los chavales que perrean ni siquiera llegan a tocarse.
Quiero decir con ello que era mucho más cerdo yo cuando, en mi lejana juventud, aprovechaba los lentos de la discoteca para arrimarme todo lo que podía a la infortunada muchacha que había accedido a bailar conmigo, hasta que no le cabía duda de que no llevaba pistola, sino que me alegraba mucho de estarla abrazando en medio de la pista.
E igual que yo, el resto de la alegre muchachada, nadie piense que un servidor padecía más ardor que los demás, todos íbamos a la discoteca vespertina esperando los lentos. ¡Cuánto bien hizo Francis Cabrel y su La quiero a morir! ¡Cuánto le debo a Sandro Giacobbe por su Jardín prohibido!
De alguna manera tienen que llevar a cabo nuestros hijos sus intentos de apareamiento discotequero, ya que les hemos hurtado los pedagógicos lentos. ¿O alguien cree que los adolescentes van al baile porque llevan el ritmo en la sangre? De eso nada, van a iniciarse en los secretos de las relaciones humanas.
Cierto es que los lentos de mi añorada adolescencia permitían susurrar al oído de la pareja de baile palabras más o menos soeces y afortunadas, mientras que con el perreo esas palabras pueden dirigirse solo a las nalgas de la partenaire, las cuales suelen ser menos receptivas –aunque bastante más semovientes– que las orejas. Da igual, lo que importa en el baile son los hechos, no las palabras.
No recuerdo a nadie escandalizarse cuando en las discotecas los jóvenes se besaban a rosca y se metían mano, incluso algunas disponían de sala de cine para que pudiera ser utilizada como cuarto oscuro después de la sesión de lentos, si – Francis Cabrel mediante– esta había sido fructífera.
Será que los adultos de ayer eran más liberales que los de hoy. Los jóvenes, en cambio, eran igual, siempre han sido igual, lo único que quieren es candela. Eso, y que los inquisidores de sus mayores los dejen en paz.
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