Eduard Márquez y el túnel del tiempo
La maravilla de '1969' es que el ímpetu literario del autor está presente porque ha establecido un pacto con el lector que nos introduce en una vorágine que nos empuja hacia el ojo del huracán histórico
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Las tuneladoras que perforan los túneles pueden ser de tres tipos distintos. El “topo” es una perforadora que excava. Si es de un “escudo”, sostiene la bóveda que se forma como esencia de lo que entendemos por túnel. Si es de “dos escudos”, la perforadora excava y sostiene a la vez, en un movimiento que es rotativo y al mismo tiempo edificante. Es decir, mientras se practica el agujero, mientras se hace posible el vínculo entre la entrada y la salida, mientras se agujerea la roca con la intención de encontrar un punto de fuga, una luz al fondo, un sentido a la construcción, el túnel se va construyendo como tal, porque el propósito no es solo llegar al final, sino conseguir que la bóveda no se hunda. Asistimos, con la lenta incursión en un terreno oscuro, a la propia dinámica de edificación de la naturaleza del túnel. Objetivo y proceso se confunden, dialogan.
No les hablo de ingeniería de caminos, sino de novela, de literatura. Eduard Márquez acaba de publicar una obra magna ('1969', en L' Altra, en catalán, y en Navona, en castellano), en la que él, un escritor de raza, obsesionado por la forma, que hasta ahora había practicado la exacta orfebrería del detalle y la precisión del minimalismo, no ha escrito una sola línea. En un proceso de depuración excepcional, producto de una reflexión intensa sobre la voz narrativa, sobre el estilo y la intensidad moral de la literatura, ha confeccionado una obra que reconstruye la realidad de un año decisivo en la historia de este país. Él vive en esta época. Aún ahora. Se ha sumergido en ella y ha recogido testimonios, documentos, confesiones, vivencias. Voces. Y las ha juntado, con la precisión de un relojero, pacientemente, consciente de que la exigencia máxima de su concisión como narrador implicaba un deber ético, el sacrificio de 'desaparecer' como creador para construir un artefacto – sin estilo, sin categorías – que fuera efectivo porque era fiel a la verdad, a unas verdades de las que ha sido albacea.
La maravilla de '1969' es que el ímpetu literario de Márquez está presente porque ha sido capaz de establecer un pacto con el lector que nos introduce en una vorágine que nos empuja, con turbulencias y desasosiegos, hacia el ojo del huracán histórico. El reloj que ha inventado nos marca la hora precisa de una novela singular. Nos ha enseñado cómo construía este túnel del tiempo y al mismo tiempo nos ha empujado para que lo atravesemos en una experiencia que es impresionante, perturbadora, inapelable.
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