La pedicura de Yolanda Díaz
En cuestiones estéticas, la mayoría de la izquierda actual se ha tragado las leyes suntuarias que las élites políticas, religiosas y económicas acuerdan desde hace siglos para que el vulgo nunca tengan demasiadas oportunidades de parecerse, disfrutar o vivir como ellos
Patrycia Centeno
Experta en comunicación no verbal.
Desde hace unos días circula en redes una foto de Yolanda Díaz haciéndose la pedicura en un centro de belleza. Medios y opinión pública de derechas la hicieron circular afeándole la práctica a la vicepresidenta. Según su visión, la higiene y el cuidado de los pies son incompatibles con la ideología comunista. Por una parte, esa manía conservadora de quedarse anclados en el pasado es lo que les lleva a seguir teniendo el ascetismo y zarrapastrismo de Stalin y Mao como único modelo estético permitido (y no la elegancia y buen gusto de Enrico Berlinger o Teresa Pàmies) para cualquiera que se atreva a definirse como rojo en el siglo XXI. Por esa misma regla de tres, podría una exigirle a la derecha que vistan calzas, sombrero de copa, zapato de hebilla (bueno, eso aún lo hacen) o luzcan elegantemente clásicos (eso ya no lo hacen, únicamente la ranciedad estilística los caracteriza ahora).
Pero la acusación de incongruencia ideoestética contra Díaz no solo se fundamenta en ignorancia, estereotipos y clichés. Nuevamente, se trata de la derecha señalándole a la izquierda a qué tiene derecho, puede acceder o se merece. Y no se crean, la fórmula les funciona muy bien. En cuestiones estéticas, la mayoría de la izquierda actual se ha tragado, obedece y hasta promueve las leyes suntuarias que las élites políticas, religiosas y económicas acuerdan desde hace siglos para que el vulgo (o quien les defienda) nunca tengan demasiadas oportunidades de parecerse, disfrutar o vivir como ellos. Algo por lo que se rebelaron los anarquistas higienistas de principios del siglo XX, dándose cuenta que como la comida, la educación y la cultura, el arreglo y cuidado de la única pertenencia material que tenemos en esta vida es un derecho a conquistar y no (como quisieran algunos) un lujo solo para unos pocos. "Quieren que vistamos como pobres porque quieren que pensemos como pobres", advertía el abuelo anarquista de Antonio Baños mientras se acicalaba ante el espejo los domingos. “Al fin y al cabo –como recordaba Salvador Allende cada vez que incluso los suyos lo acusaban de pijo–, la revolución precisa de luchadores conscientes, no mal vestidos”.
Si la derecha quiere hacerle un reproche estético a Díaz (y a la mayoría de representantes de izquierda de este país que supuestamente han abrazado los principios ecosocialistas) lo tienen increíblemente fácil, pues muchos (pese a que sus salarios les permitirían acceder a una moda justa) consumen ropa ‘low cost’. Firmas que no solo contaminan ni cumplen con los derechos de los trabajadores; tampoco respetan los derechos de autor (copian). Pero, obviamente, a los conservadores esta incongruencia de los valores de la izquierda (y de la vida) poco les importa.
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