Décima avenida

Nosotros éramos igual (o peor) que nuestros hijos adolescentes

La generación de la EGB ha caído en la trampa de toda generación: pensar que su tiempo fue el mejor

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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Algún día, los adolescentes de hoy nos tendrían que decir, con toda la razón, a los que hicimos la EGB que somos unos pelmazos, o como se diga ahora en argot juvenil (¿un motivado? ¿un cringe? ¿un miérder? ¿un pimpín?, no lo tengo muy claro, lo confieso). Con una superioridad moral que supuestamente otorgan la edad y la experiencia (?), muchos ven lo que hacen nuestros hijos al alcanzar la adolescencia con una mezcla de escándalo, moralina (cuando no puritanismo) y, sobre todo, indignación moral e intelectual que da grima. Confirmado: nos hemos convertido en nuestros padres, en su peor versión, en algunos casos, convencidos de que el mundo se va a pique y que, después de nosotros, acaecerá el apocalipsis en manos de unas nuevas generaciones que son lo peor.

El último caso lo hemos vivido a cuenta del vídeo de la discoteca Pampara de Barcelona en el que chicas y chicos de entre 14 años y 17 años perreaban (o twerkeaban, o dembowaban, tampoco lo tengo muy claro) en una sesión de discoteca de tarde. Ellas estaban inclinadas sobre el escenario y ellos, de pie, en una coreografía de evidente carácter sexual. Dejando de lado el hecho de que una discoteca no debe publicitarse en redes con un vídeo en que aparecen menores, el vídeo tiene diferentes connotaciones de género que Núria Marrón analiza con la ayuda de expertas en un espléndido artículo en el diario, ‘Adolescentes, perreo y vídeos virales: «¿Por qué ellos siempre están arriba y ellas abajo?»'. Del texto de Marrón me quedó con dos ideas: los chicos y las chicas de hoy se relacionan con su cuerpo de forma muy diferente que las generaciones anteriores y, en cambio, sus padres y madres los juzgamos con marcos mentales muy similares a los que nosotros dijimos combatir. «¿Recuerdan cómo se les caían las mandíbulas al suelo a los padres de ‘Dirty dancing’ ante aquellos movimientos explícitamente ardientes?», escribe Marrón, y como en la escena final de besos robados de ‘Cinema Paradiso’ pasan ante mí las imágenes de las coreografías de Patrick Swayze y Jennifer Grey pero, sobre todo, de las odiosas actitudes de los adultos de aquel centro de vacaciones. ¿De verdad nos hemos convertido, geenracionalmente, en los padres de ‘Dirty dancing’?

TikTok y reggatoneros

Un poco sí, hay que admitirlo. Los argumentos se repiten una y otra vez en las conversaciones entre padres y madres: estos chicos y chicas de hoy son irresponsables, hiperprotegidos, mimados, superficiales, incapaces de concentrarse, adictos a las satisfacciones inmediatas, yonkis del ‘like’ y el ‘retuit’, sin herramientas para gestionar frustraciones. Para reafirmarnos en nuestras convicciones, a menudo surgen en redes sociales textos de profesores de secundaria que describen un apocalipsis de faltas de ortografía, de pésima comprensión lectora, de escandalosas lagunas culturales. Qué críos heredarán este mundo, no saben quién fue Paul Newman, no aprecian ‘Blade Runner’, su idea de una gran saga literaria es ‘Harry Potter’, su enciclopedia es un cúmulo de videos amateurs en TikTok, repiten como loros canciones de atroces letras machistas de reggatoneros con aspecto pendenciero.

«Estás haciendo mal al dejarme pasar / Estás haciendo mal y no sé lo que va a pasar / tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte / hasta que digas sí», era una canción que triunfaba a mitades de los 80 en Los 40 Principales. La EGB no es solo un compendio de gadgets entrañables como el Naranjito, el walkman y el cubo de Rubik, sino unos niveles galopantes de fracaso escolar, repetidores perpetuos y la condena al ostracismo de quien suspendía en clases masificadas y sin una alternativa digna a la universidad. De faltas de ortografía, mejor no hablamos, que el Lázaro Carreter no era un best-seller. Los ‘ni-ni’ no fueron invento de quienes bailan hoy a Bad Gyal y a su hermana, y el botellón no nació hace dos días. Si hubiera habido móviles con vídeo, solo Dios sabe qué imágenes hubiesen subido a las redes los adolescentes de los 80 y en los 90 en la ruta de las tascas de Ciutat Vella en Barcelona. Bastante bien nos han salido estos adolescentes a los que de niños los hijos de la EGB obligamos a ver nuestros dibujos animados en recopilaciones en DVD, de Marco a la abeja Maya. Hoy, convertidos en Papa Pig, solo nos queda gruñir que, por supuesto, nuestro tiempo fue el mejor de los tiempos. Lo peor no es habernos hecho mayores, sino ser tan previsibles, con todo lo que hemos bailado.  

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