Artículo de Sergi Sol

La impostura ‘antisociata’

ERC y el PSC están condenados a pelearse, pero ambos deberían estar también obligados a hablar y negociar

El 'president' Pere Aragonès, y el líder del PSC, Salvador Illa, en un pleno del Parlament

El 'president' Pere Aragonès, y el líder del PSC, Salvador Illa, en un pleno del Parlament / FERRAN NADEU

Sergi Sol

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El independentismo sigue en la tesitura de utilizar los acuerdos con los de Illa como arma arrojadiza que echarse a la cabeza. Algo que no solo es una impostura, raya lo deshonesto. Y mantiene una ficción insostenible que los hechos desmienten rotundamente.

El primero que se atrevió a romper el tabú fue Jaume Giró. El ‘exconseller’ de Economia abrió la puerta presupuestaria al PSC en plena consulta interna sobre la continuidad de los suyos en el Govern de Aragonès, tras el órdago de Puigdemont que se llevó por delante a Puigneró primero y luego al resto. Logrando así su propósito: romper con los de Junqueras. Aunque su cálculo de elecciones inmediatas ha resultado un fiasco.

Giró fue atrevido. Valiente incluso. De hecho, ya amagó con ello en 2021. ¿Por qué no iba a plantear esa posibilidad cuando su partido gobernaba con toda placidez en la todopoderosa Diputación de Barcelona? Por cierto, pacto bendecido por Puigdemont que además luego paralizó el compromiso congresual de Junts de someter a consulta la continuidad del acuerdo en esa institución metropolitana.

O qué decir del Ayuntamiento de Sabadell, por citar uno de envergadura, con Junts blindando la mayoría de la alcaldesa socialista. A mayor abundamiento: ¿no es Trias quien flirtea con un acuerdo con Collboni en el Ayuntamiento de Barcelona? Hay que tener mucha jeta para rasgarse las vestiduras ahora por el posible acuerdo entre los de Illa y Aragonès cuando estos no solo no van a menguar, sino que todo indica que van a ir más.

También los republicanos ha parecido que caían en esa tentación. Junqueras cerró la puerta al PSC en otoño, tras dos años aprobando presupuestos con el PSOE en Madrid. Algo difícil de explicar si no es porque Junqueras estaba entonces en compás de espera a cuenta de una derogación de la sedición que estaba en ciernes. El líder republicano hacía días que había colgado en la puerta de la sede de Calàbria el cartelito ‘el que está no fía y el que fía ya no está’. Visto en perspectiva, se entiende perfectamente.

Pero es que había otra contraindicación estratégica de grueso a esa negativa a hablar con el PSC. Insostenible. No se puede apostar por romper los bloques y hablar (¡hablar!) manteniendo el cerrojo a Illa, que representa, junto a los republicanos, la centralidad. Por eso también andan a la greña con una pugna que va a ir a más.

Otrosí es la actitud verbalizada del ‘todo o nada’ de Illa para con los presupuestos, pues lo deja en falso tras meses lamentándose en público de que no aceptaban sus votos. Como tampoco estuvo fino Collboni cuando, en 2019, se jactó de establecer un cordón sanitario contra Maragall en Barcelona mientras pactaba con Valls.

Hay que saber diferenciar entre una disputa legítima por la hegemonía entre socialistas y republicanos y esa necesidad imperiosa de hablar y negociar. Están condenados a pelearse. Pero ambos deberían estar también obligados a hablar y negociar. Como por cierto ocurrió en el acuerdo para blindar el catalán como lengua vehicular en la escuela, para desquicio de ambos extremos.

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