«Dale, papi, dale» y otras letras del perreo
El vídeo de la discoteca Pampara y la hipersexualización de los chavales
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Confieso que no me haría gracia contemplar a mi hija, si la tuviera, con el pompis en pompa, meneando las nalgas con frenesí, como en el vídeo de la discoteca Pampara. Ni ver a mi sobrino completando la coreografía detrás de una chica con movimientos de pelvis igualmente explícitos. Lo llaman perreo, ‘twerking’, reguetón y no sé qué más, bailes urbanos que imitan un coito perruno. ¿Me llevo las manos a la cabeza? No. ¿Me complace? No. ¿Es la mirada lúbrica del adulto la que estropea el asunto? No del todo. ¿Empodera el perreo a las chicas? Van a volverme majareta. ¿Prohibimos las canciones? Ni mucho menos. Tampoco sé si voy a salir airosa del cenagal en el que acabo de meterme, a lo tonto.
Devórame otra vez
Nada hay más sexual que un tango bien segado, ahora una vuelta, ahora una sentada, «sintiendo en la cara la sangre que sube a cada compás». Nuestros abuelos se divirtieron con el cuplé picantón de ‘La pulga’. La generación de nuestros padres se metió mano (poca) con los boleros. Y hasta ayer se tarareaba aquello de ven, devórame otra vez, «he mojado mis sábanas blancas recordándote». El problema es que los chavales del vídeo son menores de edad y carecen de herramientas para calibrar qué están haciendo. Ignoro los códigos adolescentes. Parece probable que se ganen muchos puntos entre el círculo de amigos meneando el culo y repitiendo a voz en grito «dale, papi, dale».
El asunto, creo, es más complejo que la mera mímesis del baile. Los chavales son el espejo imitatorio de una sociedad hipersexualizada, sobre todo en la última década. El sexo interesa a todo el mundo, por supuesto, pero en los últimos tiempos la carne se vende al peso. Por doquier: redes sociales, anuncios de perfumes, la tele, ‘influencers’, modelos, cantantes, ‘reality shows’ donde la única gracia consiste en que los concursantes se enrosquen bajo el edredón. Islas, tentaciones, sexo y pasta gansa.
Cosificación
Algunas letras de reguetón infunden terror por el mensaje de violencia y cosificación del cuerpo de la mujer que arrastran. Y no sé si los adultos estamos siempre a la altura. ¿Hablamos con los chicos? ¿Les despertamos el espíritu crítico? ¿Nos sentamos con ellos?¿Nos lo impide el tiovivo de la vida? A veces, da la impresión de que se delega la patata caliente a los maestros y la escuela, cruzando los dedos. Que los chavales bailen lo que les apetezca, pero sabiendo el significado de «yo hago que la puta se empache, hago que se calle y agache»; «esos ojos de guarra piden bofetón»; «dándote hasta joderte la vesícula». Y otros versos de este jaez, caídos del Parnaso.
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